Precios topados en Cuba: ¿Solución o leña para el fuego de la escasez?

Redacción

El régimen cubano nos ha acostumbrado a tomar medidas económicas que, a corto o largo plazo, terminan siendo contraproducentes. Un claro ejemplo de esto es la reciente Resolución 225 del Ministerio de Finanzas y Precios, publicada el pasado lunes en la Gaceta Oficial No. 61 (ordinaria). Esta medida tiene como objetivo frenar de manera forzosa la inflación en algunos productos de primera necesidad. O al menos eso es lo que se argumenta en el texto legal. Sin embargo, la resolución ignora las particularidades del mercado cubano y pretende controlar una distorsión que, en última instancia, es consecuencia de la ineficiencia productiva del país. Además, no se consideran las posibles consecuencias y efectos perjudiciales que podrían derivarse de esta política.

Uno de los principales riesgos que se identifican es el desabastecimiento. Al imponer límites en los precios, los productores y comerciantes pueden encontrar menos rentable ofrecer estos productos, lo que podría llevar a una reducción en la oferta. Esta escasez potencial puede fomentar la aparición de mercados negros, donde las mercancías se venderían a precios mucho más altos que los oficiales. Este fenómeno no es nuevo en la economía cubana y, desafortunadamente, es una respuesta casi inevitable a las medidas de control de precios.

Es evidente que el régimen intenta imponer al sector privado un modelo de formación de precios centralizado, lo que puede limitar su eficiencia y rentabilidad. Esta intervención directa en el mercado puede resultar en un desincentivo para la inversión, un factor clave en el desarrollo sostenible de cualquier país. Sin inversión, la economía no puede crecer ni mejorar sus capacidades productivas, lo que perpetúa un ciclo de estancamiento y dependencia.

Simultáneamente, la eliminación del impuesto aduanero sugiere un aumento de la ya exagerada dependencia de las importaciones, en detrimento de los productos de producción nacional, que deberían ser más baratos. Esta dependencia no solo debilita la economía local, sino que también expone al país a las fluctuaciones y problemas del mercado internacional. Además, el incremento de las importaciones puede llevar a un reforzamiento del dólar en el mercado informal, debido a la necesidad de divisas para el reabastecimiento.

De ser así, estaríamos presenciando el comienzo de un nuevo ciclo inflacionario en la compra y venta de monedas extranjeras, el cual se trasladaría inevitablemente a otros productos que también son importados. Este ciclo inflacionario es particularmente preocupante en un país donde los salarios y el poder adquisitivo de la población ya son extremadamente bajos. La inflación adicional solo agrava la situación económica de los ciudadanos.