El último vestigio silencioso de lo que fue la tensa crisis del Caribe reside en un búnker, posiblemente el más extraordinario jamás construido en América, ubicado en la Sierra de Cubitas. Antes de abandonar el lugar, las fuerzas soviéticas sellaron su entrada con dinamita. En su interior, dejaron abandonadas excavadoras de gran tamaño, maquinaria más ligera, camiones, tractores, palas mecánicas, varias plantas eléctricas con generadores diésel destinados a alimentar de energía al complejo entero, y kilómetros de cable para sistemas de iluminación y comunicación.
Dieciocho años más tarde, surge la pregunta sobre la finalidad de este complejo subterráneo, resguardado por puertas de acero de un metro de espesor. Si alguno de los responsables de su construcción llegase a leer estas líneas, debería intentar recordar qué fue lo que los soviéticos dejaron atrás en el túnel número 8, tras la puerta 21 (sellada con dinamita), que conducía a un amplio espacio con varias galerías. Es posible que, en secreto, aún se encuentre en Cuba el más significativo arsenal de armas bacteriológicas jamás conocido, capaz de contaminar algún día el continente americano entero.
Después de la retirada soviética, un destacamento de veintiún hombres de la compañía de Seguridad del Ejército del Centro, con base en Camagüey, fue asignado para vigilar el sitio. A pesar de que el búnker fue abandonado tras la crisis, los equipos permanecieron intactos. Los miembros de este destacamento, que se rotaban cada tres meses, debían permanecer en el lugar sin salir y someterse a exámenes médicos antes de ser relevados.
En julio de 1965, los soldados Emeterio Polavieja y Marcos Villalobos, por entretenimiento, decidieron explorar los túneles y abrieron la puerta 21 del túnel número 8. Horas después, experimentaron vómitos, convulsiones y parálisis de las extremidades inferiores. Dada la estricta orden de no abandonar el lugar, sus compañeros contactaron al Hospital Militar de Camagüey, que envió de urgencia a los doctores Archibaldo Gomez y Andres Exposito. El Estado Mayor del Ejército del Centro informó del incidente al Ministerio de las Fuerzas Armadas. Un día después, un contingente aéreo de aviones militares Antonov 22 transportó a 1,500 especialistas en guerra química desde los Urales, equipados con material especializado. Durante dos meses, estos especialistas incineraron los alrededores con lanzallamas y, posteriormente, los soviéticos sellaron definitivamente las entradas de los túneles: primero con cemento y luego, usando topadoras, cubrieron los últimos indicios con tierra.
Los veintiún soldados y los dos médicos fueron evacuados de emergencia a la URSS. Solo un sobreviviente hemipléjico, con sus capacidades mentales mermadas al 60%, fue devuelto a Cuba en febrero de 1976, después de once años de lucha por su vida en el Hospital Lenin de Moscú. Este sobreviviente habla delirantemente de «un túnel de aluminio con un líquido muy frío que congela a los lagartos», lo que sugiere la presencia de contenedores de acero inoxidable con nitrógeno líquido.
Oficialmente, este accidente nunca ocurrió según los registros del Ministerio de las Fuerzas Armadas. No obstante, el recuerdo de estos eventos persiste entre aquellos que los conocen, marcando profundamente a la Sierra de Cubitas.