La vida de Ayamey Valdés, una joven cubana de apenas 19 años, ha sido una batalla constante contra una enfermedad que no da tregua. Desde los 10 años, sufre de insuficiencia renal crónica, y ahora su única opción para seguir respirando es salir del país y recibir un trasplante de riñón, algo que en Cuba, por más que se prometa, no está a su alcance.
Cada semana, su rutina se reparte entre pinchazos, máquinas y largas horas en una sala de hemodiálisis. Tres veces a la semana —martes, jueves y sábado— Ayamey se sienta en el Hospital Pediátrico de Centro Habana, conectada a una máquina que le limpia la sangre, porque sus riñones ya no pueden hacerlo. Así ha sido su adolescencia: un calendario marcado por agujas, ausencias escolares y una cuenta regresiva silenciosa.
Con solo 1.50 metros de estatura y 39 kilos de peso, su cuerpo es testigo de una lucha que no se ve en redes, pero que consume días enteros. La enfermedad le llegó de golpe: una erupción, fiebre, sangre en la orina… y 36 horas sin poder orinar. Los médicos no llegaron a tiempo y sus riñones colapsaron.
«Mi vida entera ha sido así», dice en una campaña abierta en GoFundMe, donde pide ayuda para reunir 15,000 dólares que le permitan costear un viaje y recibir el trasplante que puede salvarla. «Ya tengo identificado un hospital junto con mi mamá, pero no tenemos los medios. Por eso estoy aquí, pidiendo ayuda», explicó con una sinceridad que desarma.
Ayamey no se queja, pero su historia duele. “A quienes puedan ayudarme, solo les deseo que la vida les regale salud y que nunca pasen por lo que yo paso. Gracias de corazón”, escribió.
Una infancia robada por la enfermedad
Su madre, Yurama Bolaños, recuerda a la Ayamey de antes: una niña activa, feliz, con energía para correr, jugar y soñar. Hoy la ve apagarse poco a poco, mientras el sistema de salud que alguna vez fue “modelo” se desmorona ante sus ojos.
Después del diagnóstico, todo cambió: catéteres, cicatrices, fístulas rotas, medicamentos que hay que conseguir por fuera —cuando aparecen— y una escuela que quedó en pausa. Ayamey ha visto partir a cada uno de los niños que compartieron con ella la sala de hemodiálisis. Ella es la última que queda.
Su historia fue recogida recientemente por el diario El País, que reflejó no solo el drama personal de esta joven habanera, sino el trasfondo de un país donde el sistema sanitario ya no alcanza para todos, y menos para los más frágiles.
La salud en Cuba: una promesa rota
Aunque en 2022 las autoridades anunciaron con bombo y platillo que se retomaban los trasplantes renales, la realidad es otra. Médicos y pacientes aseguran que los quirófanos siguen vacíos, que no hay insumos básicos, y que cada vez hay menos personal capacitado, porque muchos se han marchado del país buscando mejores condiciones.
En el Hospital Miguel Enríquez, donde se atiende Ayamey ahora, la situación es crítica. Muchas veces tiene que llevar sus propios materiales, desde vendas hasta medicamentos que deberían estar garantizados por el Estado. Incluso ha tenido que enfrentar emergencias graves, como la ruptura de su fístula arteriovenosa, que casi le cuesta el brazo izquierdo.
Y así va pasando el tiempo, entre colapsos del sistema y promesas sin cumplir. Ayamey no tiene tiempo para esperar.
Una lucha por vivir, una denuncia al sistema
Más allá del pedido urgente de ayuda, la historia de Ayamey es también un grito de denuncia. Muestra cómo un sistema de salud que alguna vez fue bandera de orgullo hoy deja en el abandono a quienes más lo necesitan.
Su madre, incansable, toca puertas, comparte su historia en redes y medios, y confía en que la solidaridad de muchas personas buenas les abra el camino hacia un futuro posible. Ayamey solo quiere vivir, como cualquier joven de su edad. Terminar sus estudios. Salir con amigas. Dejar de contar los días por sesiones de hemodiálisis.
Si algo tiene claro es que quedarse en Cuba no es opción, porque el sistema que debía cuidarla ya no puede más.