En las calles de Santiago de Cuba, donde la escasez y la incertidumbre marcan el paso diario, crece un fenómeno que ya nadie puede ignorar: cada vez más personas viven a la intemperie, sin techo ni sustento. Y aunque las causas saltan a la vista, el discurso oficial va por otro camino.
Según un reportaje del periódico Sierra Maestra, vocero provincial del régimen, la culpa del aumento de deambulantes recae sobre dos factores bien conocidos por los cubanos: el embargo de Estados Unidos y la desatención familiar. Así lo explicó Ernesto González Ojea, director provincial de Trabajo y Seguridad Social, quien se aferró al guion habitual: la política hostil de Washington limita el acceso a alimentos, medicinas y otros productos esenciales.
Pero más allá de señalar a enemigos externos, González metió el dedo en otra llaga. Afirmó que el fenómeno también se debe, en gran medida, a que muchas familias no se hacen cargo de sus miembros vulnerables. Según él, hay casos de «incumplimiento familiar», algo que, de acuerdo con el nuevo Código de las Familias aprobado en 2022, va en contra de la ley.
“Hemos visto que la falta de atención dentro del núcleo familiar es una de las causas principales”, comentó el funcionario, asegurando que trabajadores sociales y equipos de prevención deben identificar a quienes no quieren —o no pueden— cuidar a sus seres queridos.
Lo que no dijo González es lo que el pueblo repite a voces: en un país con apagones constantes, salarios de miseria, inflación galopante y hospitales sin insumos, muchas familias no tienen ni cómo mantenerse ellas mismas. Pretender que el abandono familiar es una simple decisión, sin tener en cuenta la crisis económica interna, es no mirar el elefante en la sala.
Un parche para una herida abierta
En un intento por “darle respuesta” al problema, las autoridades han habilitado un espacio llamado «Con-Pasión», en la calle Heredia, donde ofrecen asistencia médica y actividades para personas en situación de calle. También opera un Centro de Protección Social en El Viso, en El Caney, con opciones de alojamiento y reinserción laboral. Según el régimen, la meta es que estos servicios lleguen a todos los municipios, sobre todo a los más poblados.
Los programas se complementan con el conocido SAF (Sistema de Atención a las Familias), que pretende garantizar comida básica, actividades culturales, asesoría legal y algo de entretenimiento. Pero la realidad es otra. Muchos de estos centros no dan abasto, carecen de recursos y, en algunos casos, ni siquiera tienen personal capacitado para lidiar con las múltiples aristas del problema.
González también se dio tiempo para hacer una distinción técnica: no todos los deambulantes son iguales. Algunos, dijo, presentan conductas erráticas debido a problemas mentales o familiares temporales, mientras que otros viven crónicamente en la calle, sin vínculos ni redes de apoyo.
Incluso reconoció que hay personas que, movidas por el alcoholismo o la mendicidad organizada, usan imágenes religiosas para pedir limosnas y luego terminan bebiendo. “Algunos de ellos regresan a esa conducta con el tiempo”, comentó.
Un enfoque represivo más que solidario
El abordaje del régimen, aunque intenta presentarse como humanitario, tiene un fuerte componente policial. La atención a estas personas no la lideran trabajadores sociales ni médicos, sino equipos multidisciplinarios que incluyen a la Policía Nacional Revolucionaria, la Fiscalía y otras entidades estatales. Estos grupos son los que deciden si alguien va a un hogar de ancianos, un centro de salud mental o, simplemente, de vuelta a la calle.
Pero en la calle la historia es otra.
Desde La Habana hasta Holguín, los rostros de la pobreza se multiplican. Las redes sociales están llenas de denuncias, fotos y testimonios que retratan la otra cara de Cuba: una donde los jubilados venden cigarros al sol, los ancianos ofrecen jabas en las esquinas y los jóvenes deambulan sin rumbo ni futuro.
En un reportaje reciente del diario Girón, el periodista Raúl Navarro González puso el foco en Matanzas. Ahí, bajo el sol inclemente, ancianos que una vez fueron el motor del país ahora venden polvorones o frutas para poder comer. El texto, titulado “Sobrevivir después de trabajar”, es un retrato crudo de un país donde, después de una vida de trabajo, lo único que muchos reciben es abandono.
La raíz del problema no está solo afuera. Está aquí, en el corazón del sistema.
Mientras el gobierno sigue culpando al embargo y a las familias, la gente sabe que la verdadera causa está en la precariedad estructural, la falta de políticas públicas efectivas y un modelo económico agotado. En una Cuba donde los más vulnerables quedan a la deriva, el silencio oficial ya no tapa el ruido de la realidad.