Este viernes, Miguel Díaz-Canel, el mandamás cubano, se apareció en el hogar de ancianos «Rogelio Rojas Tamayo», allá en el municipio Colombia, en Las Tunas. Como era de esperarse, la prensa oficialista armó todo un show para vender la visita como un ejemplo de cuánto se ha “mejorado” la atención a los abuelos en la isla.
Durante el paseíto, Díaz-Canel escuchó a varios viejitos decir que recibían “comida bastante buena” y que la atención era “maravillosa”. Así lo soltó el reporte de Visión Tunera, usando ese tono edulcorado que ya todos conocemos, muy alejado de la verdad que vive la tercera edad en Cuba.
Uno de los ancianos, medio trabándose y todo, soltó: «Aquí nosotros recibimos buen servicio… eh… estoy orgulloso de estar aquí. La comida bastante buena, la atención maravillosa». Por su parte, Díaz-Canel, con su acostumbrado guión aprendido, les dijo que estaba muy contento de verlos “bien atendidos” porque, según él, «ustedes hicieron mucho por el país y la Revolución». ¡Como si con palabras se llenara la barriga, caballero!
Según lo que cuentan, el hogar fue “remozado” con una inversión de dos millones de pesos cubanos. Pintaron paredes, arreglaron los pisos, cambiaron algo de carpintería… y ya con eso arman tremendo alarde. Sin embargo, cualquiera que conozca la Cuba real sabe que la situación de nuestros viejitos es otra película muy distinta.
Informes recientes revelan un panorama de terror: miles de jubilados sobreviven con pensiones de miseria, luchando por un plato de comida y buscando medicamentos como si fueran tesoros escondidos. Algunos, en el colmo de la desesperación, hasta rebuscan entre la basura para no morir de hambre.
Mientras tanto, el gobierno mete la mano hondo en el bolsillo para inflar el turismo, invirtiendo catorce veces más en hoteles que en Salud Pública y Asistencia Social. Y así los ancianos cubanos tienen que lidiar con hospitales caídos, comedores vacíos y la soledad como compañera.
Historias como la de aquella anciana en La Habana que tuvo que pedir comida a una activista, o la de tantos jubilados obligados a mendigar en las calles, muestran el abandono total de quienes dedicaron su vida a un país que hoy les da la espalda.
Los adultos mayores son, de hecho, el único grupo poblacional que no para de crecer en la isla. Y eso no es buena noticia: la crisis demográfica mete más presión a un sistema social que ya está patas arriba y que ni remotamente puede garantizar una vejez digna.
Las visitas montadas como la de Las Tunas no son más que una escenita barata para las cámaras. Porque la verdad es otra: los abuelos cubanos siguen haciendo colas interminables para conseguir alimentos, viviendo en casas que se caen a pedazos, y enfrentándose a hospitales donde falta hasta el agua para lavarse las manos.
Las palabras de Díaz-Canel, soltadas en ese escenario más controlado que una función de teatro, no se parecen en nada a lo que sienten miles de ancianos en su día a día. Después de trabajar toda una vida, la vejez en Cuba se vive entre el abandono y la miseria más dura.
Así que, por mucho que Díaz-Canel —el elegido a dedo por Raúl Castro, uno de los pocos nonagenarios de lujo en la isla— se pasee por hogares de ancianos «maquillados», la cruda realidad no se puede tapar. La crisis que golpea a los viejitos cubanos sigue ahí, y cada día se hace más imposible de esconder.