El cardenal cubano Juan de la Caridad García Rodríguez llegó este sábado al corazón del Vaticano para despedir al Papa Francisco, quien falleció el pasado lunes tras un derrame cerebral que, lamentablemente, derivó en una insuficiencia cardíaca irreversible. Un ecocardiograma confirmó el diagnóstico y dejó al mundo católico de luto.
Con sus 76 abriles encima, el arzobispo de La Habana no solo vino a rendir honores, sino también a cumplir con un deber histórico: como parte del grupo de cardenales electores —esos que aún no llegan a los 80—, tiene en sus manos el derecho sagrado de votar en el Cónclave que elegirá al próximo sucesor de San Pedro.
Juan de la Caridad, nacido un 11 de julio de 1948 en tierras camagüeyanas, es un rostro conocido y querido en la Iglesia cubana. Desde que recibió las órdenes sacerdotales en 1972, su trayectoria ha sido un vaivén de responsabilidades grandes: fue arzobispo de Camagüey, presidió la Conferencia Episcopal de Cuba y en 2016, el mismísimo Papa Francisco lo nombró arzobispo de La Habana. Tres años después, lo elevó al rango de cardenal. Su lema episcopal, que repite con humildad, es claro como el agua: «Ve y anuncia el Evangelio».
Aunque por esos pasillos vaticanos se comenta bajito que su elección como Papa es poco probable, no hay que perder de vista que forma parte del grupo de «papables». Así que, aunque las chances no sean muchas, su nombre anda en la baraja de posibilidades, y eso ya es un orgullo para todo el pueblo cubano.
La comunidad católica en Cuba no se ha quedado de brazos cruzados. Desde las parroquias hasta los más apartados rincones, las oraciones se han multiplicado por el cardenal García Rodríguez. El padre Elixander Torres Pérez, desde La Habana, se desbordó de emoción al decir que se siente “bendecido” por esta representación y pidió que el Espíritu Santo guíe a todos los cardenales en la delicada misión de elegir un Pastor «según el corazón de Jesús».
El Cónclave se va a poner bueno en la Basílica de San Pedro. Después de los funerales y las intensas congregaciones generales, los cardenales se sentarán a debatir —y a orar mucho— sobre los retos y caminos que la Iglesia debe tomar en los tiempos que corren.
El Papa Francisco, quien falleció en Roma a los 88 años, dejó un último regalo espiritual: su testamento, redactado en 2022. En él, pidió ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, un lugar que siempre fue como su rincón de paz antes y después de cada viaje apostólico.
El adiós al Pontífice fue monumental. Más de 200,000 almas se reunieron desde tempranito en la Plaza de San Pedro y la Vía de la Conciliación. La misa, liderada por el cardenal Giovanni Battista Re, fue un canto a su legado: su amor por la paz, su cercanía a los pobres y su inmenso corazón abierto al pueblo. Incluso se rezó en chino, algo que jamás se había visto en un funeral papal.
La ceremonia fue un hervidero de líderes y personalidades: delegaciones de 148 países, diez reyes y representantes de diez organismos internacionales, incluyendo, claro, a los reyes de España, Felipe VI y Letizia.
Cuba también dijo «presente», aunque Miguel Díaz-Canel no viajó. En su lugar, fue el vicepresidente Salvador Valdés Mesa, quien aterrizó en Roma el viernes para representar a la Isla en este momento tan cargado de emociones.