Miguel Díaz-Canel volvió a tocar la misma tecla este viernes durante una visita a los municipios de Jobabo y Colombia, en Las Tunas. En medio de la peor crisis económica que ha vivido Cuba en décadas, el gobernante apostó otra vez por llamados a «trabajar duro» y fortalecer la conexión con el pueblo, como si con eso bastara para aliviar el ahogo que se respira en cada rincón de la isla.
Mientras la inflación, la falta de alimentos, medicinas y el eterno problema del combustible siguen haciendo estragos, Díaz-Canel esquivó una vez más cualquier mención a reformas profundas, esas que la gente de a pie ya pide a gritos.
El mandatario, fiel a su receta de siempre, apostó a medidas administrativas y más control, empujando de nuevo el proceso de bancarización forzada, a pesar de las críticas crecientes. «Todos los servicios, estatales y privados, tienen que aceptar pagos con tarjeta magnética», soltó Díaz-Canel, según reportó el canal oficialista Tunas Visión. Esto, en un país donde los servicios bancarios fallan más que una bicicleta vieja y el efectivo brilla por su ausencia.
No se olvidó tampoco del campo, ese sector clave que apenas sobrevive. Díaz-Canel pidió que empresas como Gelma y otras proveedoras agrícolas faciliten los pagos electrónicos. Pero ni una palabra sobre los problemas reales que enfrentan los campesinos, desde la falta de fertilizantes hasta tractores que parecen reliquias de museo.
Metido en su guion, el líder cubano también remarcó la importancia de mantener el contacto directo con la población. «No es lo mismo que el pueblo esté en el aire, a que uno pueda explicarle cara a cara lo que está pasando», soltó, como quien cree que la explicación alcanza para llenar los platos vacíos.
En su discurso no faltó el llamado moralista: alertó sobre el peligro de las drogas, asegurando que «destruyen familias y sociedades», y pidió no hacerse de la vista gorda con las denuncias.
Mientras la gente clama por cambios de verdad, como abrir la economía, atraer inversiones y soltar las riendas del sector privado, el gobierno sigue metido en su burbuja, apostando a más controles y más consignas, en una estrategia que hasta ahora solo ha agravado la debacle.
El famoso llamado a «trabajar duro» suena cada vez más desconectado de la realidad. Apenas en marzo, Díaz-Canel se lavó las manos sobre los apagones, diciendo que no había dinero para resolverlos y culpando a la falta de financiamiento externo.
La verdad dura como el coco es que, según el propio Ministerio de Energía y Minas, el petróleo que se produce en Cuba apenas cubre un tercio de la demanda, y lo poco que hay se usa para mantener con vida un sistema eléctrico que ya da pena.
A esto se suma la falta de inversión seria en infraestructura energética, mientras siguen levantando hoteles como si sobrara el turismo, echando más leña al fuego de la crisis que frena la producción, deteriora los servicios básicos y mantiene encendidas las brasas de la protesta popular.
Economistas como Pedro Monreal no se cansan de advertirlo: el problema energético de Cuba no es solo por culpa del embargo, sino por las decisiones de un gobierno que lleva años atrasando la modernización del sistema.
