Desde hace unos días, las redes sociales están que arden con una supuesta ficha policial filtrada que pone en el centro de la tormenta al exministro de Economía de Cuba, Alejandro Gil Fernández. La bomba informativa, que muchos juran salió directo de los archivos del MININT, lo ubica como preso en la prisión de Guanajay, registrado con el número 12501170, en el Colectivo 8, Cubículo 816, bajo un expediente marcado como Fase 8/2024.
La fuente que soltó la sopa afirma tener incluso un video del interrogatorio, aunque, según dicen, “El Chivo” —aparente cabecilla del grupo que anda filtrando estos documentos— no ha dado luz verde para sacarlo a la luz pública.
¿Qué hay detrás de la caída de Gil?
En la ficha que ha rodado por internet como pólvora, se enumeran los cargos que, supuestamente, pesan sobre él: revelación de secretos vinculados a la Seguridad del Estado, tráfico de influencias, daños a la economía y cohecho. Un cóctel explosivo que, de ser cierto, explicaría por qué está tras las rejas… aunque, eso sí, su condena final aún no ha sido dictada oficialmente. El proceso está «bajo investigación».
Este novelón arrancó públicamente en febrero de 2024, cuando de la noche a la mañana se anunció su destitución con un titular que dejó a más de uno pasmado: “traición a la Patria”. Esa frase, en la historia cubana, no es cualquier cosa. Basta recordar el caso del General Arnaldo Ochoa en 1989, que terminó en fusilamiento tras ser acusado de narcotráfico en el célebre juicio de la “Causa No. 1”.
La nota oficial que lo echó todo al piso
Fue el 7 de marzo cuando el Gobierno cubano soltó una declaración tajante y cargada de retórica política: Gil había cometido “graves errores” en el ejercicio de sus funciones, según una rigurosa investigación. A partir de ahí, se autorizó al MININT para que “actuara con todo el peso de la ley”, algo que, según decían, era una muestra más del compromiso del Partido con la transparencia y la mano dura contra la corrupción.
En ese mismo texto se explicó que el exministro había admitido las acusaciones y renunciado a todos sus cargos, incluyendo su asiento en el Comité Central del Partido y en la Asamblea Nacional.
Lo curioso es que, pese al escándalo, poco más se ha dicho oficialmente desde entonces. A diferencia de otros casos, donde todo se ventila hasta el último detalle, el de Gil se ha manejado con un silencio que levanta más sospechas que certezas.
La doble moral del “rigor revolucionario”
El discurso oficial juró “intransigencia” y “tolerancia cero”, pero los hechos no siempre van en la misma dirección. Cuando Marino Murillo —otro que fue hombre fuerte de la economía cubana— cayó en desgracia, no terminó ni en juicio ni en celda: lo mandaron a dirigir Tabacuba como si nada. Por eso muchos se preguntan si con Gil realmente habrá justicia… o si es simplemente otro chivo expiatorio en una estructura donde el poder se recicla pero no se disuelve.
La única figura del gobierno que se atrevió a decir algo más fue Gladys Bejerano, la Contralora General de la República, quien en una entrevista con EFE dijo sentirse traicionada por lo ocurrido con Gil. ¿Resultado? Dos meses después, la apartaron del cargo por un supuesto proceso de “renovación natural”. Ya tú sabes cómo funciona eso en Cuba.