Desde Granma, uno de esos rincones del país donde la realidad no se puede maquillar, el presidente Miguel Díaz-Canel soltó una bomba incómoda: en Cuba hay mendigos, niños trabajando en la calle, acosadores de turistas y mucha economía informal. Y no, no lo dijo un opositor, ni un influencer de Miami, lo dijo él, de su propia boca.
Con tono serio, afirmó que estos fenómenos son cosas que la Revolución había erradicado, y que no se pueden permitir ahora, por más crisis que haya. “Nosotros siempre nos hemos sentido orgullosos porque la Revolución eliminó esas cosas, y no podemos dejar que en esta etapa de dificultades vuelvan a aparecer los pordioseros, los menesterosos, los niños trabajando”, soltó el mandatario en su discurso.
Pero la culpa, según él, no es del sistema
En lugar de hacer una autocrítica seria sobre el colapso social que está viendo todo el país, Díaz-Canel decidió tirar la bola pa’ otro lado. Según él, muchas de estas situaciones no son culpa del Estado, sino del «descaro» de ciertos ciudadanos y de la falta de responsabilidad de algunas familias.
“Hay personas que de verdad necesitan ayuda y atención, pero hay otros que lo que están es inventando. Hay gente que uno ve que está físicamente bien y en vez de trabajar, están en el descaro, en la calle haciendo cosas negativas”, señaló el presidente con tono molesto.
Ese enfoque, que marca una línea entre los ‘vulnerables de verdad’ y los ‘farsantes’, refuerza una narrativa peligrosa que termina criminalizando la pobreza. Y ya sabemos que en Cuba, cuando algo se criminaliza, la ley no tarda en caer… o en justificar medidas más duras.
Una admisión que rompe con el discurso oficial de décadas
Por años, el gobierno cubano se ha aferrado a la idea de que en la isla no hay mendigos, ni trabajo infantil, ni miseria en las calles. Pero el simple hecho de que Díaz-Canel admita públicamente estos problemas es un signo claro de que el relato ya no se sostiene ni con cemento.
Y no es el único. Hace poco, Canal Caribe lanzó un reportaje sobre “conductas deambulantes” en Cuba. Ahí se culpó a las adicciones por la gente durmiendo en la calle, pero ni una palabra sobre la pobreza extrema o el fracaso económico del país.
En Las Tunas, otro medio oficialista abordó el tema del trabajo infantil, contando historias que ya no se pueden ocultar: niños vendiendo en las calles o ayudando a sus padres en tareas informales para poner algo en la mesa. Todo esto ocurre mientras el gobierno sigue vendiendo al mundo la imagen de una nación que protege como oro a su infancia.
El silencio más ruidoso: la falta de soluciones
Lo más preocupante es que, a pesar del reconocimiento de estos problemas sociales, el presidente no propuso ni una sola política concreta para enfrentarlos. Cero anuncios, cero medidas, cero urgencias. Solo advertencias vagas y menciones al nuevo Código Penal y al Código de las Familias como “herramientas para exigir responsabilidades”.
Es decir, en vez de planes sociales, más leyes que pueden volverse garrote para quienes ya están en el suelo.
Mientras tanto, la gente sigue viendo en la calle lo que los discursos oficiales intentan maquillar: niños vendiendo caramelos, ancianos pidiendo limosna, jóvenes buscando suerte en cualquier invento… y turistas huyendo del acoso de quienes solo quieren sobrevivir.
Porque cuando el Estado te suelta la mano, lo único que queda es el rebusque. Y eso, en Cuba, ya no es la excepción. Es la regla.