Después de pasar casi tres años en Estados Unidos, Leandro Rubén Garnica González, un exoficial de inteligencia del régimen cubano, ha regresado a la Isla, en medio de un torbellino de denuncias que lo señalan como uno de los represores más despiadados del aparato de seguridad castrista, sobre todo en las provincias de Cienfuegos y Villa Clara.
Garnica había aterrizado en suelo estadounidense en mayo de 2022, amparado por una reclamación familiar hecha por su hija. Intentó pasar por debajo del radar, vivir sin levantar sospechas… pero la verdad no se esconde por mucho tiempo, y su historial tenebroso pronto comenzó a salir a flote gracias al trabajo de activistas del exilio, periodistas y testigos que no están dispuestos a olvidar.
Investigaciones del canal “Molinos por la Libertad” y otros medios del exilio han sacado los trapos sucios de Garnica, acusándolo de estar directamente implicado en torturas, acosos y represión sistemática contra opositores, periodistas independientes y defensores de derechos humanos. Nombres reconocidos como la periodista María Elena Alpízar o el opositor Guillermo Fariñas, quien recibió el Premio Sájarov del Parlamento Europeo, figuran entre sus víctimas.
Uno de los relatos más escalofriantes lo ofreció Jorge Luis Brito, activista y exprisionero político, quien aseguró haber escuchado con sus propios oídos los gritos desesperados de dos mujeres torturadas mientras Garnica dirigía la operación. Hasta hoy, esas mujeres siguen sin ser identificadas, y su paradero es un misterio.
A Garnica también se le vincula con la llamada «limpieza del Escambray», una operación de represión feroz donde el régimen utilizó tácticas brutales para aplastar cualquier tipo de resistencia, ya fuera armada o pacífica, en el centro del país. Según testimonios, abusos físicos y sexuales contra mujeres detenidas formaban parte del repertorio del terror que él mismo supervisaba.
Su regreso a Cuba ha sido interpretado por muchos como una huida estratégica para evitar caer en manos de la justicia estadounidense, especialmente ahora que las políticas migratorias han endurecido su postura ante individuos con antecedentes criminales o represivos. Bajo nuevas disposiciones, personas como Garnica podrían ser detenidas o incluso enviadas a centros como la prisión de Guantánamo o el polémico CECOT en El Salvador.
Y Garnica no es el único que ha optado por «autodeportarse». Misael Enamorado Dager, exalto dirigente comunista de Santiago de Cuba, también decidió regresar a la Isla en circunstancias similares. Ambos aparecen en una lista de cien represores cubanos cuya expulsión de Estados Unidos es solicitada por grupos del exilio, una lista que ya está en manos del Departamento de Seguridad Nacional, gracias a la gestión del congresista Carlos A. Giménez.
El caso de Garnica vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda pero urgente: ¿cómo es posible que individuos vinculados a violaciones de derechos humanos logren entrar a Estados Unidos bajo falsas apariencias? ¿Dónde están los controles para evitar que los victimarios encuentren refugio en el mismo país que acoge a sus víctimas?
La historia de Garnica no es solo un capítulo más del largo libro de abusos del régimen cubano. Es también una advertencia sobre lo que pasa cuando se bajan la guardia los filtros migratorios y se confunde el asilo con el olvido. Porque si hay algo que las víctimas de la represión merecen, es justicia, no impunidad con visa.