En el barrio de Las Yaguas, allá por el municipio de Marianao, La Habana se estremeció con una escena que ya no debería sorprender, pero duele igual: un hombre fue encontrado sin vida en plena calle, tirado sobre la acera como si la ciudad misma le hubiera dado la espalda. Aunque las autoridades no han dicho oficialmente qué pasó, en el aire flota una sospecha amarga: otra víctima de “El Químico”, esa droga sintética que está haciendo estragos en los rincones más vulnerables de la capital.
La gente que pasaba por allí intentó ayudarlo, claro. Al principio pensaron que podía ser un desmayo, un mareo, algo pasajero. Pero el tiempo fue pasando y no reaccionaba. Ya no respiraba. No había pulso. Nada. El video del momento, como era de esperarse, no tardó en llegar a las redes. En Facebook se regó como pólvora, encendiendo otra vez el debate sobre el impacto brutal de las drogas en Cuba.
“El Químico” no es un juego. Es una bomba disfrazada de escape barato. Suena inofensivo, hasta cómico si no supieras lo que lleva por dentro: base de cannabis, pastillas para la epilepsia, anestesia veterinaria y hasta formol. Sí, formol. Una mezcla que huele a desastre. Provoca agresividad descontrolada, alucinaciones, desmayos… y muchas veces, la muerte.
Lo más triste es que esta sustancia se consigue fácil, barata y sin mucho ruido en el mercado negro. Barrios humildes como Marianao la conocen demasiado bien. Ahí no se habla de “diversión”, se habla de sobrevivencia. Y esa droga se mete por las rendijas de la desesperación, como el humo que sale de una cañería rota.
Lo que pasó no es un caso aislado. Es parte de un problema más grande, uno que las autoridades cubanas han decidido enfrentar de frente. En los últimos meses, se han lanzado varias campañas y operativos para cortar el paso a las sustancias ilegales. Uno de los más recientes fue el Tercer Ejercicio de Prevención y Enfrentamiento a los Ilícitos de Drogas, donde se unieron desde el Ministerio del Interior hasta los CDR, pasando por la Aduana y otros organismos clave.
La cosa fue seria. Se activaron controles en las fronteras, se vigilaron carreteras, se hicieron inspecciones en zonas calientes y, quizás lo más importante, se llevó el mensaje a las escuelas. Un total de 57 centros educativos recibieron charlas, alertas y actividades para educar a los más jóvenes sobre el peligro que representa jugar con lo prohibido.
Y la justicia no se queda atrás. Parte del plan incluye juicios ejemplarizantes, pensados no solo para castigar a los que trafican o consumen, sino para mandar un mensaje claro: en Cuba, las drogas no pasarán sin consecuencias.
Pero la realidad es compleja. Cada historia como la de ese hombre en Marianao es un recordatorio de que hace falta mucho más que operativos y discursos para erradicar el problema. Hace falta comunidad, educación, oportunidades. Hace falta no mirar para otro lado cuando el vecino empieza a perderse.
La Habana está peleando esta batalla, sí. Pero el enemigo es silencioso, tóxico y se cuela donde menos lo esperas. Por eso, cada vida perdida no debe ser en vano. Hay que hablar del tema, ponerle nombre, mirarlo de frente. Porque solo así, con la verdad en la cara y el barrio despierto, se podrá cambiar el final de estas historias.