Ni los gallos habían cantado cuando, en plena madrugada habanera, el ómnibus 341 de la ruta P13 fue blanco de otro acto vandálico, esta vez en las calles de Arroyo Naranjo. Justo cuando hacía su recorrido habitual de “confronta”, le cayeron a pedradas y le reventaron un ventanal completo. Tremendo susto para el chofer y otra sacudida más al ya maltrecho sistema de transporte de la capital.
“A las 3:35 AM nos avisaron que el carro fue apedreado en Calzada Bejucal y 4ta”, alertó la página Reporte de Rutas en Tiempo Real. En la publicación se respiraba frustración y dolor, no solo por los daños materiales, sino por lo que esto representa para los que dependen del transporte público día tras día: una bofetada directa al pueblo.
Hasta el momento, no se sabe quiénes fueron los responsables ni si alguien ha sido arrestado. Pero lo cierto es que estos ataques se han vuelto pan de cada día, y el pueblo —que ya bastante tiene con sobrevivir— se queda a pie y en ascuas.
Desde Transportación Habana TH también soltaron el grito en el cielo, denunciando que estos actos de vandalismo “están haciendo trizas nuestra comunidad”. Según contaron, el ómnibus 5248, que prestaba servicio en las rutas 37 y A-18, tuvo que ser sacado de circulación por los constantes ataques. Y eso, como bien dicen ellos, no es solo una molestia: es un caos total para quienes dependen del guagua para ir al trabajo, la escuela o al médico.
Y el problema va más allá del cristal roto. En sus propias palabras, “ya son demasiados los ómnibus dañados por culpa del vandalismo, la droga y la desesperación que se respira en las calles”. La situación es tan tensa que muchos choferes han tenido que meter la mano en el bolsillo y comprar piezas con su propio dinero para mantener rodando los carros. Sí, así mismo: ellos ponen de su bolsillo, mientras unos cuantos desadaptados lo echan todo por tierra a golpe de piedra.
“¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos destruyan lo poco que tenemos?”, se preguntan con rabia y tristeza. Y no es para menos: cada pedrada es como un balde de agua fría para miles de personas que, ya de por sí, están en el límite con lo que queda de sistema de transporte público.
Pero este no ha sido un hecho aislado. El viernes 19 de abril también apedrearon una guagua de la ruta P11, y días antes, otro vehículo de la ruta 23 corrió con la misma suerte cerca del parque de Fábrica. Esa vez, al menos, la gente del barrio y la PNR actuaron rápido y lograron detener a varios implicados. Pero eso no es suficiente: los ataques siguen y las soluciones no aparecen.
La violencia no siempre viene desde fuera. En febrero, un chofer de la P13 terminó con una herida en la cabeza, luego de ser atacado por dos pasajeros en pleno Parque de La Fraternidad. Y en enero, un grupo de estudiantes tiró piedras a un ómnibus de la P11 tras discutir con el conductor. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Mientras tanto, las autoridades siguen reconociendo lo que ya todos sabemos: el transporte público en Cuba está en ruinas. Faltan guaguas, piezas, combustible… y hasta esperanza. Según datos oficiales, en La Habana apenas estaban funcionando 252 ómnibus, mientras otros 309 seguían parados, esperando milagros o piezas que nunca llegan.
Así que sí, cada guagua que se rompe, cada cristal que se parte, es un golpe más a la dignidad de un pueblo que lo único que quiere es llegar a su destino sin terminar tirado en una parada. Porque si hay algo que está claro, es que en este juego sucio siempre pierde el mismo: el cubano de a pie.
