En Cuba, levantar la voz todavía cuesta caro. Y si no, que lo digan Berta Soler y Ángel Moya, rostros conocidos de la oposición pacífica en la Isla. Ambos llevan ya 48 días bajo arresto domiciliario, una medida impuesta tras su participación en una actividad religiosa que no le cayó nada bien al gobierno cubano.
Todo empezó con una misa, pero no una cualquiera. Fue el Domingo de Ramos, y no estaban solos. Los acompañaba Mike Hammer, el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana. Ese pequeño acto de presencia, para muchos simbólico, bastó para que la Seguridad del Estado se activara como si estuvieran ante un operativo de película.
“Nos detuvieron en plena calle, sin previo aviso. Y sin pedirnos permiso, nos quitaron los teléfonos y revisaron todo”, contó Moya en declaraciones a la agencia EFE. No solo eso: la sede de las Damas de Blanco, en el barrio habanero de Lawton, permanece rodeada de policías y sin conexión a Internet. Todo bien calculado para aislarlos del mundo.
Pero Berta y Ángel no son de los que se quedan quietos. “Mañana salimos. No aceptamos esta prisión domiciliaria. Esta casa no es un calabozo”, dejó claro la líder del movimiento, como quien no se deja doblegar por la presión.
¿Qué fue lo que pasó exactamente?
La pareja fue interceptada el pasado jueves por agentes vestidos de civil, quienes les informaron que estaban bajo investigación por supuestamente “atentar contra el orden constitucional”. ¿La razón? Haberse reunido con un funcionario extranjero y participar en una misa.
Cada uno fue conducido por separado a estaciones policiales, donde permanecieron más de 24 horas antes de ser soltados… pero con la orden de no salir de casa. Un castigo sin juicio y sin ley clara, como ya es costumbre en estos casos.
Según Moya, incluso los movimientos del diplomático estadounidense fueron monitoreados con cámaras de video. Lo grabaron bajando del carro con Berta, como quien vigila una conspiración internacional. “Eso no es nuevo. Nos graban, nos siguen, nos acosan. Es su forma de intimidar”, afirmó.
La lucha no se detiene
Las Damas de Blanco, fundadas en 2003 tras la Primavera Negra, se han convertido en un símbolo de resistencia dentro y fuera de Cuba. Vestidas de blanco y con flores en las manos, han marchado domingo tras domingo pidiendo lo mismo: libertad para los presos políticos.
Pero su activismo no ha pasado desapercibido. A lo largo de los años han sido víctimas de detenciones, golpizas, multas e incluso amenazas. Y sin embargo, siguen en pie.
Berta Soler ha sido detenida más veces de las que puede contar. Casi siempre cuando intenta llegar a misa. El derecho a la libertad religiosa, en Cuba, sigue siendo un lujo que se paga caro.
“Nos quieren apagar, pero no pueden. Cada domingo es una batalla por la dignidad”, ha dicho en más de una ocasión.
Bloqueo total y vigilancia constante
Desde que fueron liberados bajo vigilancia, la sede del movimiento está completamente rodeada. Ninguno de sus miembros puede entrar ni salir sin ser detenido o acosado. Las comunicaciones están cortadas y el acceso a Internet, bloqueado.
Pero Berta y Ángel insisten en que seguirán luchando. “No nos van a callar. Esta lucha no es solo nuestra, es de todo un pueblo que quiere vivir en libertad”, dijeron.
Un gesto diplomático con peso político
La presencia de Mike Hammer en la misa no fue casual. Desde que llegó a Cuba en noviembre del año pasado, ha estrechado lazos con activistas, líderes religiosos y artistas independientes, en un claro mensaje de respaldo a la sociedad civil.
Este gesto no pasó desapercibido. Para el régimen, fue una provocación. Para los opositores, una muestra de que el mundo no los ha olvidado.
Organizaciones internacionales de derechos humanos han levantado la voz, denunciando la represión sistemática que sufren quienes se atreven a pensar diferente. Y este caso es solo otro capítulo más en la historia de una lucha que no se detiene.
Cuba sigue siendo un país donde la disidencia cuesta, donde el silencio se impone a la fuerza y donde marchar con una flor puede ser motivo de arresto. Pero mientras haya quienes resistan, como Berta y Ángel, esa flor seguirá en alto.