La administración de Donald Trump ha vuelto a tirar el freno de mano en las relaciones con Cuba. Esta vez, el golpe va directo al corazón del único canal de diálogo que seguía respirando entre ambos países: las conversaciones migratorias bilaterales.
Estas reuniones, que solían celebrarse dos veces al año para tratar temas clave como el tráfico de personas, el fraude migratorio o las deportaciones, han quedado en el congelador… sin fecha de regreso. Y todo indica que el hielo no se va a derretir pronto.
«No más palabritas sin resultados», soltó un alto funcionario del Departamento de Estado, citado por el periodista Wilfredo Cancio. Según explicó, Estados Unidos bajo Trump no está dispuesto a seguir conversando solo por mantener la apariencia de que hay diálogo. Ya no se trata de diplomacia por costumbre: ahora es «América primero, y lo demás que espere».
Ni migración ni vuelta atrás
La última ronda de estos encuentros se celebró en diciembre pasado en EE.UU., y la próxima debía tener lugar en abril, esta vez en La Habana. Pero el calendario se quedó en blanco, y el tema ni siquiera figura entre las prioridades del actual gobierno republicano.
Esta suspensión, aunque no es del todo nueva —porque ya Trump los había pausado en 2018 tras el escándalo del llamado “síndrome de La Habana”—, marca un punto crítico, pues corta de raíz la única línea oficial de cooperación que todavía respiraba.
Fue la administración Biden la que reactivó estas conversaciones en abril de 2022. Pero con Trump de vuelta al mando, parece que la era de los diálogos también quedó atrás.
Guantánamo, deportaciones y un muro invisible
Como si fuera poco, la base naval de Guantánamo ha vuelto a entrar en juego, ahora como posible centro para recibir a inmigrantes cubanos con antecedentes penales. Para el régimen de la isla, esto no es más que una “brutalidad” con todas sus letras, un nuevo gesto hostil que calienta aún más el ambiente.
Además, el congresista cubanoamericano Carlos Giménez ha pedido cortar por lo sano, proponiendo eliminar remesas y viajes a la isla como forma de presión total. El tono de la Casa Blanca es claro: mano dura y nada de concesiones.
Pero este juego de tensiones puede pasarle factura a ambos lados del estrecho. Según datos del ICE, hay más de 42 mil cubanos con órdenes finales de deportación que siguen bajo libertad supervisada porque Cuba no los quiere de vuelta. Y si no hay acuerdos, las deportaciones pueden quedarse en el aire.
A pesar de que en 2023 se reanudaron los vuelos mensuales de repatriación —24 hasta marzo, con 1,152 personas devueltas—, las autoridades cubanas rechazan recibir a quienes tengan antecedentes penales o hayan vivido mucho tiempo en EE.UU.
Díaz-Canel, por su parte, insiste en que los acuerdos firmados eran para promover una migración legal, segura y ordenada. “Esto que están haciendo ahora es brutal, agresivo e inhumano”, declaró, apuntando directo a la nueva política migratoria de Washington.
Más redadas, menos visas y miedo en el aire
Mientras tanto, en las calles de EE.UU., la cosa también se ha puesto fea. ICE ha apretado las tuercas, intensificando redadas contra inmigrantes, incluidos muchos cubanos que enfrentan procesos pendientes o que mintieron en su entrada al país.
Las solicitudes de visado también están siendo revisadas con lupa, amparadas en la orden ejecutiva “Proteger a Estados Unidos de terroristas extranjeros”, firmada por Trump desde su primer día en el poder.
Durante la presidencia de Biden se otorgaron casi 97 mil visas a cubanos, pero ahora los números han caído estrepitosamente. Solo en febrero, se emitieron apenas 1,172 visas, la mayoría por motivos familiares o por la lotería.
Y si miramos la entrada irregular por la frontera sur, los datos también hablan claro: en febrero y marzo, solo 282 cubanos lograron entrar de forma irregular, cuando hace unos meses la cifra era de casi 8,000 mensuales. El mensaje es evidente: el acceso se está cerrando por todas partes.
Una relación congelada y un futuro incierto
Con las puertas del diálogo cerradas y las medidas endurecidas, el panorama para los migrantes cubanos se vuelve cada vez más incierto. No hay espacio para el entendimiento ni para las promesas. Solo queda una política migratoria marcada por la presión, la selectividad y, sobre todo, la falta de compasión.
Y en medio de todo esto, quienes pagan los platos rotos son siempre los mismos: los cubanos de a pie, los que buscan reunirse con sus familias, empezar de nuevo, o simplemente escapar de una vida que se les quedó sin oxígeno.
