El gobierno cubano vuelve a apretar la tuerca contra el acceso libre a internet, y esta vez le echó el guante a varios equipos satelitales Starlink que intentaban colarse al país por el aeropuerto de La Habana. El vicejefe primero de la Aduana General, Wiliam Pérez González, fue quien soltó la bomba en X (la antigua Twitter), dejando claro que, para el régimen, esto no es un simple tema de tecnología, sino un asunto de control total.
Según su declaración, los dispositivos violaban las “regulaciones vigentes” y llegaron con disimulo, sin declarar, como quien trata de meter un paquetico escondido entre la ropa. Pérez habló de “diversidad de modelos y formas de burlar los controles”, lo que suena a que ya los cubanos están buscando todas las maneras posibles de salirse del corral digital impuesto por ETECSA.
Aunque no soltaron prenda sobre cuántos equipos cayeron ni quiénes eran los dueños, lo cierto es que esto encaja con la línea dura que el régimen ha mantenido contra cualquier cosa que se parezca a libertad digital. Para ellos, Starlink no es solo una antenita bonita de Elon Musk: es una amenaza directa al monopolio estatal de las telecomunicaciones, ese que decide quién se conecta, cuándo y por qué.
Hace apenas unos días, ya el gobierno había dejado claro que usar Starlink sin su bendición es ilegal. Nada de conexiones satelitales por la libre. En ese mismo tono, la Aduana también anunció la incautación de 85 routers inalámbricos, los cuales, según su versión, intentaban ser introducidos camuflados para crear redes privadas sin la mirada del Gran Hermano.
La narrativa oficial insiste en que estos equipos representan un riesgo para la “seguridad nacional”, lo que, traducido del politiqués cubano, significa que no quieren perder el control de la información ni un milímetro. Todo intento de abrir una rendija en el muro digital de la isla, será perseguido y castigado.
Pero entre líneas, lo que se palpa es otra cosa: el pueblo está buscando alternativas, está cansado de pagar caro por poca conexión, de la censura y del lag eterno. Por eso, cada Starlink que logre cruzar el estrecho de la vigilancia, se vuelve una esperanza de aire fresco en una isla donde la señal viene con censura incluida.
Y mientras más controles pone el régimen, más evidente queda el miedo a perder el monopolio de las ideas. Porque al final, esto no va solo de WiFi. Va de libertad.