Con solo 31 horas en este mundo, Carlitos —como ya le dicen con cariño en el hospital— tuvo que emprender su primera gran batalla: una atrevida carrera contra el tiempo y la fragilidad de su cuerpecito. El diagnóstico fue atresia esofágica, una malformación que impide que el esófago se conecte como debe con el estómago. Imagínate, sin esa conexión, ni comer es posible.
Desde Cienfuegos lo llevaron volando para el Hospital Pediátrico José Luis Miranda, en Villa Clara, donde apenas pusieron un pie en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, los médicos se dieron cuenta de que la cosa era seria. Muy seria.
“No podíamos perder ni un minuto”, contó el doctor Abel Armenteros García, quien dirige la cirugía pediátrica del centro. Él y su equipo armaron la estrategia sobre la marcha. Lo que enfrentaban no era una operación cualquiera, sino una de esas que te sacan el corazón por la garganta.
El esófago de Carlitos no seguía el camino habitual. La fístula —ese conducto mal ubicado— los obligó a improvisar con precisión quirúrgica. “Fue una operación dura, de esas que te exprimen el alma y te hacen sudar la gota gorda”, confesó el doctor Armenteros, que además lidera las cirugías neonatales de toda la región.
Pero contra todo pronóstico y con una combinación de talento, entrega y coraje, lograron lo impensable: reconectar los extremos del esófago para que el bebé pudiera alimentarse con normalidad.
Hoy, pasadas ya un par de semanas, Carlitos ya come por su boquita, se muestra fuerte y vivaracho, y lo más lindo: se alista para volver a su casita en Cienfuegos.
“El niño está sanito, va a poder crecer como cualquier otro. Va a correr, a jugar pelota, y hasta lo van a vacunar como Dios manda”, dijo el médico con una sonrisa que se notaba hasta por escrito.
La doctora Isnaida Izquierdo Milián, neonatóloga que también jugó un papel clave en este capítulo, explicó que el bebé ya lleva 16 días de vida y 15 desde la cirugía, y que su evolución ha sido estupenda. “Verlo reclamar su teta con esa fuerza nos llena el alma. Para nosotros, esa es la verdadera recompensa”, dijo con el corazón en la mano.
Los padres, Leannedi y Carlos, han vivido un torbellino de emociones. “Cuando llegamos, él estaba muy malito, nos dijeron que había que operarlo de urgencia. Y ahora lo veo así, recuperado, y lo único que siento es un amor que no cabe en el pecho”, confesó el papá, visiblemente conmovido.
La historia de Carlitos es la historia de muchos cubanos que, en medio de carencias y crisis, sacan fuerza de donde no la hay. Porque sí, en un país donde muchas veces faltan cosas tan básicas como un antibiótico o una jeringuilla, lograr un milagro médico es como pescar en un charco seco.
Y sin embargo, ahí está Carlitos: llorando con ganas, recuperándose con fuerza, abrazado al pecho de su mamá y al orgullo de su papá. Un símbolo de resistencia pura, de esa que nace cuando no hay más opción que pelearle a la vida con lo que se tenga.
Todo esto ocurrió en el mismo hospital que ya ha visto historias similares de milagros médicos en condiciones complicadas. No hace mucho, en enero, un niño fue operado de urgencia tras tragarse una pieza de reloj —y salió bien. Y en febrero, en Santiago de Cuba, otro equipo se las ingenió para sacar un tumor riesgoso a un pequeño, aún con los recursos contados y los quirófanos con lo mínimo.
En un país marcado por la escasez, el ingenio y la humanidad de nuestros médicos siguen marcando la diferencia. Y Carlitos, con su cuerpecito que apenas empieza a conocer el mundo, ya es prueba viva de que los milagros, aunque escasos, todavía se dan.
