En medio de la escasez, el descontrol y la miseria que ya son parte del día a día en Cuba, el gobierno decidió hacer un “juicio ejemplarizante” contra varios trabajadores del central azucarero Héctor Molina, en San Nicolás de Bari, provincia de Mayabeque. El motivo: el robo de más de 16 toneladas de azúcar que estaban destinadas a la canasta básica del pueblo.
El caso se juzgó en el Tribunal Municipal de Güines, y terminó con condenas de entre cuatro y cinco años de prisión por malversación e incumplimiento del deber de custodiar los bienes estatales. O sea, se armó tremendo show legal para dejar claro que el que se robe algo del Estado… va preso.
¿Quién controla el control?
Según la versión oficial, los implicados no hicieron su trabajo como se debía, lo cual facilitó el “desvío” del azúcar con ayuda de otros compañeros de trabajo. El director de la empresa, Elvis González Vasallo, fue presentado como testigo estrella, y afirmó que los acusados eran parte de una especie de “cadena de robo” dentro del mismo central.
Lo que se desapareció no era poca cosa. Se trataba de un lote de azúcar crudo que venía desde Cienfuegos, con destino directo a las libretas de más de 16 mil personas. O sea, un robo que impactó directamente en los hogares cubanos que dependen, cada mes, de ese puñadito de azúcar que les toca por la libreta.
Además de los años de cárcel, a los condenados se les impuso el compromiso de reparar el daño económico. Como si en las condiciones actuales un obrero pudiera reunir el dinero para reponer lo que, en realidad, se perdió en un sistema donde todo se derrumba desde arriba.
Una economía tan podrida como los almacenes vacíos
Aunque desde el poder se quiera mostrar este juicio como una muestra de “mano dura” y “transparencia revolucionaria”, lo cierto es que este caso deja en evidencia algo mucho más profundo: el colapso absoluto del sistema económico cubano, donde la necesidad empuja a la gente a robar como única salida para sobrevivir.
Cuando el salario no alcanza ni para una bolsa de leche en polvo y las tiendas están llenas solo de polvo y moscas, el robo deja de ser crimen y se convierte en mecanismo de defensa. El juicio no fue más que un intento desesperado por tapar el sol con un dedo, una especie de obra teatral donde los únicos que pagan son los de siempre: los de abajo.
El verdadero robo es institucional
Mientras condenan a estos trabajadores por no vigilar un almacén, los grandes responsables del desastre productivo y moral que vive Cuba siguen intocables, viajando en autos con aire acondicionado, comiendo bien y sin tener que hacer colas bajo el sol.
Pero este caso de Mayabeque no es el único que ha salido a la luz. En julio pasado, un escándalo similar sacudió Artemisa, donde 12 personas, incluyendo custodios y obreros del central Harlem, se llevaron dos toneladas de azúcar de un tirón, con todo y soborno incluido: 23 mil pesos por una noche de robo. Y ahí sí pidieron hasta 18 años de cárcel.
El azúcar, reflejo amargo de una crisis sin fin
Hoy por hoy, robar azúcar en Cuba no es solo delito: es símbolo de un país donde el hambre manda y la desesperación dicta el ritmo. Donde el futuro vale lo mismo que un saco de azúcar en el mercado negro. Y mientras se celebran juicios con aire de novela policiaca, las miles de familias afectadas siguen sin su cuota y sin respuestas.
Lo que sí abunda son preguntas. Y una de ellas se repite bajito, en las colas, en los pasillos, en las cocinas sin café: ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién juzga al sistema que lo ha robado todo, incluso la esperanza?
