En pleno apagón nacional —literal y figurado—, el régimen cubano volvió a sacar su manual de teatro político para entregar, con todo el alarde posible, la réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez. Un gesto que, hace décadas, pudo significar lucha y dignidad, pero que hoy parece más bien un premio al servilismo de quienes aplauden al poder sin hacer preguntas.
Entre los homenajeados de este año brillan los rostros más visibles de la propaganda oficial. Humberto López, el vocero del castrismo que ha hecho carrera difamando a opositores y periodistas desde la televisión estatal, se robó el show con un discurso inflamado de lenguaje bélico. Según él, “cada día debe ser un nuevo combate”, en una especie de cruzada contra las “mentiras baratas” y la “propaganda” que, según dice, buscan dividir al país. Y como si fuera poco, remató su intervención asegurando que está “a la orden”, como buen soldado del relato oficialista.
Por otro lado, la joven Annie Garcés —sí, la de los «62 mil milenios» en defensa del castrismo— también fue condecorada y no tardó en presumir su nuevo machete digital en redes sociales. Lo describió como un honor “por ser consecuente hasta el último aliento”, ignorando olímpicamente los apagones, los presos políticos y la miseria que le grita al pueblo desde cada esquina.
A este desfile de lealtades también se sumaron figuras como Yusuam Palacios y Elier Ramírez, además de instituciones como Tele Turquino y la versión policial de La Colmenita, porque, claro, hay que formar revolucionarios desde chiquitos… y uniformados.
Lo triste del asunto no es que estos premios existan, sino lo que simbolizan hoy en día. Desde 1986, el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) viene entregando esta réplica del machete como un tributo a los fieles al discurso oficial. Pero la intención es cada vez más clara: premiar la obediencia, el aplauso fácil, la complicidad.
En 2021, el dúo Buena Fe también fue reconocido en medio del estallido social del 11J, cuando miles de cubanos salieron a las calles y terminaron golpeados, detenidos o condenados por pedir lo más básico: libertad. Israel Rojas, en ese entonces, dijo que “trataban de ser gente de su tiempo”. Pues parece que lo lograron, aunque del lado equivocado de la historia.
El contraste es brutal. Mientras los premiados posan sonrientes con su machete de utilería en una ceremonia llena de flores, discursos y banderas, decenas de artistas como Luis Manuel Otero Alcántara languidecen tras las rejas solo por expresar lo que sienten. Y mientras se exalta la “unidad” y la “obra infinita de la Patria”, miles de cubanos hacen malabares para conseguir una visa que les permita huir del desastre.
Todo esto deja un sabor amargo. Este tipo de premiaciones no son más que un espectáculo hueco, un teatro para premiar la sumisión y maquillar la represión. El machete que antes representaba libertad, hoy se ha convertido en una medalla de “buen comportamiento” dentro del manual de la obediencia revolucionaria.
Porque los verdaderos héroes de Cuba no están en esos podios. Están en las colas interminables por un poco de pan, en los hospitales sin medicinas, en las casas oscuras por los apagones, y en los corazones rotos de quienes se han visto obligados a partir. Ellos no tienen machetes dorados, pero cargan una lucha mucho más real.
Premiar a los fieles mientras se encarcela a los valientes es, sencillamente, un insulto. Y aunque el acto haya sido decorado con todos los símbolos patrios disponibles, lo cierto es que la república está en ruinas… y ya ni el machete brilla.
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