En pleno ajetreo de un sábado por la tarde, en una guagua de la ruta P9, se desató una bronca que terminó en puro desastre. La escena fue en el Parque Maceo, en el corazón de La Habana, cuando un pasajero, pasado de rosca, rompió el cristal delantero del ómnibus con un tubo y salió volando del lugar antes de que alguien pudiera pararlo.
Este episodio no fue uno de esos que se quedan en el olvido. El perfil oficialista Javier Gutiérrez, que siempre anda al tanto de lo que ocurre en las calles, soltó la noticia en su Facebook. Según su versión, el lío empezó el 12 de abril en la esquina de San Lázaro con Márquez González, justo en el barrio de Cayo Hueso, cuando el individuo, que intentaba subir al P9 rumbo a La Palma, tuvo un encontronazo con el conductor auxiliar del ómnibus. La cosa se calentó y terminó en puro vandalismo.
El chófer no se quedó de brazos cruzados y avisó de una vez a la PNR, que arrancó con la investigación. Días después, el supuesto responsable cayó en manos de las autoridades. Lo pescaron en Zanja y Belascoaín, a las 7:30 de la mañana, y lo llevaron derechito bajo custodia para responder por el delito de daños.
El post celebró la captura como si fuera un logro épico, llamando al detenido “bandolero” y echándole flores al “Jefe de Sector”. Sin embargo, no soltaron ni una palabra sobre cómo fue realmente el proceso judicial ni qué motivó el pique que acabó con los cristales del P9 hechos añicos.
Más allá del show en redes, este suceso deja al desnudo un problema mucho más grande: el nivel de tensión que se respira en el transporte público cubano. Con la escasez de ómnibus, los atrasos que sacan de quicio a cualquiera y las guaguas repletas hasta los topes, cualquier chispa puede encender una mecha. Lo que pasó en la P9 es apenas un reflejo del malestar que viene creciendo entre la gente.
Transportación Habana también se pronunció sobre el tema, recordando que este tipo de actos no solo daña al vehículo, sino que perjudica directamente a los usuarios, esos que ya bastante tienen con sobrevivir al día a día. En su mensaje pidieron ayuda ciudadana para frenar este tipo de indisciplinas: “¡Juntos podemos hacer la diferencia!”, dijeron, con el entusiasmo institucional de siempre.
Pero la realidad es más compleja. Lo que en redes se narra como “indisciplina” también puede leerse como el grito desesperado de una población que ya no aguanta más. Porque, al final, el cristal roto no es el único que está a punto de estallar.