Desde el confort de su bar EFE, en pleno Vedado habanero, Sandro Castro volvió a encender las redes y el malestar popular. El nieto del fallecido Fidel Castro se apareció en Instagram regalando cervezas Cristal con una frase que, en el contexto actual de Cuba, suena como una bofetada: “Esa medicina no puede faltar”.
Mientras el cubano de a pie sobrevive entre apagones de más de 18 horas, falta de comida, cero medicinas y precios por las nubes, Sandro parece habitar una realidad alterna donde el derroche y la provocación son la norma. Y lo peor es que parece disfrutar cada segundo de ese show.
Cristal para él, colas y lágrimas para el resto
Ver a Sandro ofreciendo cervezas como si fueran caramelos, en un país donde una Cristal cuesta más que un salario diario, no es solo insensible: es un acto de burla descarada. En sus historias se pasea con sonrisa confiada, copa en mano, mientras para muchos cubanos una simple pastilla para el dolor se ha convertido en un lujo inalcanzable.
La cosa no para ahí. Este personaje ya es conocido por sus fiestas exclusivas, como la de su cumpleaños en diciembre pasado, donde entrar costaba mil pesos CUP y el consumo mínimo superaba los 15 mil. Y sí, todo esto en un país donde muchos tienen que decidir entre almorzar o cenar.
“Yo pensaba que esto era igualdad…”
Como si fuera poco, Sandro se lanzó recientemente con una frase que le subió la presión a más de uno: “Yo creía que éramos igualdad, pero somos desigualdad”. Así, sin filtro ni vergüenza, se burla del mismo discurso que su abuelo repitió por décadas, ese que hablaba de equidad, justicia y pueblo.
Esta actitud, más que excéntrica, es vista como una provocación directa a un pueblo exhausto, que cada día intenta sobrevivir entre la escasez, la inflación y la desesperanza. En los barrios, en las colas interminables, la gente comenta con rabia e impotencia lo que ven en sus teléfonos.
Cuando la «medicina» es cerveza, pero el pueblo no tiene ni aspirina
Quizás lo más hiriente de toda esta historia es el cinismo de llamar “medicina” a una cerveza Cristal en un país donde la crisis de medicamentos ha llegado a niveles alarmantes. Más del 70% de los fármacos esenciales están en falta o con cobertura mínima. Enfermos crónicos, niños, ancianos… todos esperando por algo que ya no llega ni con receta.
Las farmacias, lejos de ser un alivio, se han convertido en espacios de frustración: colas por turnos según el consultorio, falta de insumos, y un mercado negro que se aprovecha del dolor ajeno. Un frasco de amoxicilina puede costar hasta 300 pesos en la calle, si es que lo encuentras.
Y mientras todo eso ocurre, Sandro reparte Cristal como si salvara vidas, desde un bar con aire acondicionado, luces LED y música electrónica. Una escena que parece sacada de otro planeta, pero no: es Cuba hoy.
Un símbolo de la burbuja oficialista
Cada vez que Sandro abre la boca o sube una historia, lo que deja en evidencia no es solo su desconexión con la realidad, sino la enorme grieta entre la cúpula privilegiada y el resto del país. Esa burbuja de impunidad y abundancia en la que viven unos pocos, mientras la mayoría resiste como puede.
Y aunque él se sienta intocable, sus actos alimentan el malestar y la indignación de un pueblo que ya no se traga cuentos. Porque en la Cuba de hoy, ni las consignas, ni las cervezas gratis, ni los apellidos históricos alcanzan para calmar el hambre ni el dolor.
Sandro podrá regalar Cristal, pero lo que realmente falta —y duele— es la justicia. Y esa, por desgracia, no se consigue en ningún bar.