El corazón de Puerto Padre, Las Tunas, se partió en dos este sábado cuando Nancy Leyva García, una querida maestra conocida como «Nancita», fue apuñalada en plena calle presuntamente por su pareja. El crimen ocurrió en la Calle 13 de Delicias, dejando a una comunidad escolar y a todo un pueblo entre lágrimas e indignación.
Nancita no era solo una educadora – era el alma de su barrio, esa maestra que abrazaba a sus alumnos como hijos y dejaba huella con su sonrisa. Hoy, sus pequeños, sus compañeros de escuela y sus vecinos no entienden cómo el amor se convirtió en puñalada.
Justicia que tarda, dolor que no espera
El presunto agresor fue detenido rápidamente y está bajo custodia en la PNR de Puerto Padre. Sin embargo, el silencio de las autoridades es ensordecedor. Ni el Ministerio del Interior ni la Fiscalía Provincial han dado declaraciones, dejando a muchos preguntándose: ¿Cuántas Nancitas más tienen que morir para que el Estado actúe?
Violencia machista: Una epidemia sin freno
Este feminicidio se suma a una ola de terror invisible que vive Cuba, donde organizaciones como Yo Sí Te Creo y Alas Tensas llevan años documentando casos que el gobierno no registra oficialmente. No hay cifras claras, pero sí madres, hijas y amigas que ya no están.
Aunque el nuevo Código Penal incluye el feminicidio como delito, las activistas insisten: «No basta con castigar, hay que prevenir». Cuba sigue sin una Ley Integral contra la Violencia de Género, y muchas mujeres no tienen a dónde correr cuando el peligro vive en su propia casa.
Flores para Nancita, rabia para el sistema
Frente a su casa, velas, flores y mensajes pintan el dolor de un pueblo que la adoraba. En redes sociales, el hashtag #JusticiaParaNancy se llena de fotos de su sonrisa y de gritos que piden un país donde ser mujer no sea un riesgo.
«Era nuestra luz», escribió una colega. «¿Cuándo parará esto?», clama una vecina. Mientras, en La Habana, el silencio oficial sigue pesando más que el luto de un pueblo.
¿Hasta cuándo, Cuba? Cada feminicidio es un fracaso del sistema, y Nancita ya no está para enseñarles a sus alumnos que la vida puede ser justa. Pero su memoria exige acción.