A sus 97 años, Guillermo García Frías —uno de los últimos mohicanos de la llamada generación histórica— reapareció este fin de semana en Camagüey, metido hasta el cuello en un proyecto que, aunque suene a ciencia ficción guajira, es bien real: un laboratorio de reproducción asistida para vacas.
El sitio, que lleva por nombre Oasis (aunque no tiene nada que ver con el desierto ni con música británica), se inauguró en el municipio de Jimaguayú y está enfocado en revivir la industria ganadera cubana, que anda más flaca que las propias reses. Según la prensa oficial, la instalación recibió más de medio millón de euros en inversión. Ahí es nada.
“Esto demuestra lo que puede hacer la economía estatal cuando se enfoca en el futuro del pueblo”, soltó García Frías, como quien quiere dejar claro que aún le queda verbo revolucionario para rato. La frase fue recogida por la Agencia Cubana de Noticias, que no dejó pasar la oportunidad de ponerle flores al acto.
Óvulos, embriones y esperanzas en frascos
En este centro, que ya opera con unos 150 donantes bovinos y quiere duplicar esa cifra, se aplicarán técnicas avanzadas para extraer óvulos, madurarlos, fertilizarlos y obtener embriones listos para implantar en vacas receptoras o conservar en frío para usos futuros.
Con esa tecnología esperan generar entre 300 y 400 embriones al mes, lo cual, dicho así, suena como una revolución… al menos sobre el papel.
Las razas bovinas que se manejarán son de lo más variado: Cebú Blanco, Bermejo, Chacuba, Criolla, Santa Gertrudis y Siboney, con la meta de alcanzar entre un 38 y 40 % de eficiencia técnica. Y aunque eso pueda parecer poca cosa, en el contexto cubano, cualquier mejora en el ganado es oro molido.
Del avestruz a la vaca: el eterno reinvento
García Frías, a quien no pocos recuerdan como el “zar del avestruz” por aquellas declaraciones de 2019 donde juró que esa ave producía más que una vaca, ahora vuelve a escena con un proyecto que remite inevitablemente a una de las obsesiones más notorias de Fidel Castro.
En su momento, el comandante apostó por cruzar razas importadas con las locales —como el célebre Cebú— para lograr una súper vaca tropical que diera carne y leche a lo grande. De esa fiebre salió nada menos que Ubre Blanca, aquella vaca mítica que supuestamente produjo casi 90 litros de leche en un solo día, y que era cuidada con más celo que muchos funcionarios.
Aquel experimento de los 80 formó parte de un programa de manipulación genética que pretendía llevar a Cuba a la vanguardia agropecuaria del continente. Spoiler: nunca cuajó del todo.
