El domingo 20 de abril, la comunidad cubana en el exilio tendrá un doloroso encuentro con la realidad. Ese día, en la funeraria Caballero Rivero de Hialeah, se despedirán de Geobel Damir Ortiz, el niño que llegó a Miami en marzo buscando una última esperanza de vida, pero que finalmente perdió su batalla contra un sistema que falló en protegerlo.
La cita será de 6:00 pm a 10:00 pm, un espacio para que amigos, activistas y compatriotas puedan honrar la memoria de este pequeño guerrero. Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia, una de las voces más firmes en la lucha por su traslado, confirmó los detalles y agradeció a la funeraria por su apoyo en este momento tan difícil.
Una madre que ahora busca refugio
Eliannis Ramírez, la madre de Damir, no solo enfrenta el dolor de perder a su hijo, sino también el miedo a represalias si regresa a Cuba. Por eso, ha solicitado asilo político en Estados Unidos, un trámite que refleja la desconfianza en un sistema que, según ella, no solo falló en salvar a su niño, sino que lo puso en riesgo.
¿Qué le pasó realmente a Damir?
El pequeño fue diagnosticado con neurofibromatosis tipo 1 desde los dos años, pero su condición se volvió crítica después de contraer una bacteria resistente en Cuba. Según el doctor Miguel Ángel Ruano Sánchez, no fue su enfermedad de base lo que lo mató, sino una sepsis generalizada causada por la falta de antibióticos adecuados, un problema recurrente en la isla.
Una campaña que unió a la diáspora
La llegada de Damir a Miami fue posible gracias a una movilización sin precedentes: donaciones, gestiones médicas y presión internacional para que recibiera tratamiento. Pero, a pesar de los esfuerzos, el tiempo perdido y la gravedad de su infección fueron irreversibles.
El legado de una lucha que no termina
La muerte de Damir no es solo una tragedia personal; es un símbolo de las fallas del sistema de salud cubano, donde la burocracia, la escasez de medicamentos y la falta de recursos condenan a pacientes que, en otros contextos, podrían haber tenido una oportunidad. Su historia ha dejado una pregunta en el aire: ¿Cuántos más tendrán que sufrir antes de que algo cambie?