En medio de una crisis que no da tregua, donde el cubano de a pie lidia con apagones constantes, falta de comida, escasez de combustible y un sistema de salud que hace aguas por todas partes, el gobierno ha decidido seguir con su espectáculo anual: las marchas del Primero de Mayo.
Sí, mientras la gente cocina con leña porque no hay gas y se desvela haciendo colas para un poco de arroz, el régimen mete el resto en mantener vivo un desfile que ya casi nadie siente como suyo.
Una vitrina política disfrazada de celebración
Ulises Guilarte de Nacimiento, alto dirigente del Partido Comunista y cabeza de la Central de Trabajadores de Cuba, aseguró con todo el entusiasmo del mundo que este Primero de Mayo será “una jornada victoriosa”. Según él, el desfile reafirmará la fidelidad del pueblo a la Revolución.
Pero basta salir a la calle para ver otra historia. La realidad no tiene nada que ver con ese discurso lleno de frases recicladas.
Después de tres años sin desfiles en la capital, el evento regresa a la Plaza de la Revolución, pero esta vez —según dijeron— será “austero y racional”. Lo que no dicen es que, con la escasez de todo, no hay ni cómo llenar una guagua, así que están llamando a movilizarse con “medios propios”, entiéndase: los carros de los centros de trabajo, con el mismo combustible que usan a diario. Como si eso no afectara aún más el ya maltrecho funcionamiento del país.
Nada de voluntario tiene esto
Lejos de la imagen alegre que quiere vender el oficialismo, para muchos cubanos marchar no es un derecho, sino una obligación. Y si no vas, te buscas tremendo problema.
El año pasado en Santiago de Cuba, por ejemplo, trabajadores de los Laboratorios Oriente contaron cómo les quitaron bonificaciones, los amenazaron con botarlos o les bajaron el sueldo por no ir al desfile. Lo mismo les pasa a estudiantes y profesores en universidades de todo el país. Si no aparecen “marchando con el pueblo”, les caen arriba con advertencias, presiones y hasta con expedientes académicos.
En un sistema donde todo se mide por lealtad política, no asistir a estas marchas es como pintarse un cartel en la frente que diga “enemigo del proceso”.
Un país en ruinas disfrazado de fiesta
La desconexión entre el relato del gobierno y el día a día de la gente es cada vez más descarada. Mientras promueven etiquetas como #CubaVencerá en redes sociales, en la vida real la mayoría solo piensa en cómo sobrevivir hasta el día siguiente.
En vez de preocuparse por poner una libra de arroz en la mesa o arreglar el transformador del barrio, el gobierno organiza una coreografía de pancartas y consignas que busca mostrar apoyo popular… aunque ese “apoyo” venga más por miedo que por convicción.
Porque en Cuba, el Primero de Mayo ya no es una jornada de lucha obrera ni de demandas laborales. Es un show montado, donde la gente va porque tiene que ir, no porque cree en lo que se grita por los altavoces.
Y así, entre apagones y consignas viejas, la Isla sigue marchando… pero al borde del abismo.
