En Cuba, donde a veces las verdades duelen tanto como las carencias, el trabajo infantil ya no es solo un rumor de barrio o un secreto a voces. En Las Tunas, el tema salió finalmente a la luz con todas sus letras, gracias a un reportaje publicado por el medio provincial Periódico 26, que se atrevió a hablar alto y claro sobre una realidad que muchos prefieren ignorar.
Bajo el título “Trabajo infantil: el ocaso de los sueños”, la periodista Yuset Puig Pupo pone rostro y nombre (ficticio) a una situación que golpea fuerte y calladita en el interior del país, especialmente en tiempos de crisis donde la mesa está más vacía que nunca.
Cuando la niñez se convierte en sacrificio
El texto presenta historias que duelen. Como la de “Pablo”, un muchacho de solo 16 años que quema sus manos entre el carbón vegetal para ayudar en su casa. O la de “Cristian”, que después de salir de la escuela se va directo a cortar pasto para ganarse unos pesos. Son historias comunes, tristes y demasiado reales, donde la necesidad empuja a los más jóvenes a cargar con responsabilidades que no les tocan.
La precariedad no tiene edad, pero en Cuba se hereda joven, y el reportaje lo deja bien claro: muchos niños y adolescentes están expuestos a trabajos pesados, riesgosos y completamente fuera de lo que debería ser una infancia.
Lo informal, lo rural y lo invisible
Aunque la ley cubana prohíbe de forma tajante que menores de 17 años sean contratados por cualquier empleador —ya sea estatal o privado—, la vida en los campos y pueblos dice otra cosa. Miguel González Velázquez, quien dirige Trabajo y Seguridad Social en Las Tunas, reconoce que lo que se ve con más frecuencia son «colaboraciones familiares» o trabajos agrícolas informales, especialmente en las zonas más alejadas.
Esto se alinea con lo que la ministra del ramo, Marta Elena Feitó, había señalado hace meses, cuando advirtió sobre las señales de alerta que ya se estaban detectando en la provincia durante una visita del primer ministro Manuel Marrero.
El aula no se abandona, pero la mochila viene con carga extra
Desde el sector educativo aseguran que hasta ahora no se han reportado deserciones escolares por motivos laborales, aunque sí hay estudiantes que al salir del aula cambian el lápiz por el machete o la carretilla. Así lo explicó Juan Migüel Barrios, subdirector provincial de Educación, quien también destacó que se han activado mecanismos de monitoreo y prevención.
Por su parte, la Fiscalía ha tenido que intervenir en más de un caso. Se han hecho advertencias legales a padres que permiten —o en algunos casos incitan— a sus hijos a vender productos en la calle o incluso dentro de las propias escuelas. La fiscal Daisy Torres Álvarez fue enfática: “El trabajo infantil es un delito, y la ley lo prohíbe sin contemplaciones.”
Más que leyes, hacen falta soluciones
El reportaje no se queda en la denuncia. Llama a reforzar el enfoque preventivo, a brindar mayor asistencia social a las familias más vulnerables y a garantizar que existan espacios seguros y dignos donde los niños puedan jugar, aprender y crecer sin miedo ni responsabilidades adultas.
Porque en un país donde criar un hijo se vuelve cada día más cuesta arriba, el Estado no puede seguir mirando para otro lado mientras se apagan los sueños de los más pequeños entre hornos de carbón, carretillas o tareas mal pagadas.
“Concebir un hijo es un milagro. Pero no se puede permitir que le anochezcan los sueños tan temprano”, concluye el reportaje con una frase que cala hondo.
Y esa es la verdad incómoda: el trabajo infantil está presente en Cuba, y mientras la economía siga tambaleando, proteger a la infancia se convierte en una batalla que muchas familias están perdiendo.