Mientras muchos en EE.UU. hablaban de aranceles, deportaciones masivas y rebajas de impuestos, Donald Trump andaba metido en otra batalla muy personal: el drama de los cabezales de ducha. Sí, como lo oyes. Para el expresidente, la poca presión del agua era un problema nacional, y ahora, en pleno revuelo por sus políticas comerciales, cumplió su promesa de devolverle el poder al chorro.
Desde el Despacho Oval, y con su estilo inconfundible, Trump explicó su cruzada con un argumento digno de película cómica: “Paso quince minutos bajo la ducha hasta que me mojo. Es un goteo, goteo, goteo… una ridiculez. Al final gastas más agua lavándote las manos cinco veces para compensar. ¡Vamos a liberarla para que la gente pueda vivir!”, soltó sin pena ni filtro.
Una obsesión que viene de atrás
Esto no es chiste de 1ro de abril. El decreto presidencial se titula, nada más y nada menos que: “Mantener una presión de agua aceptable en las duchas”. Y sí, lo acompañaron con una campaña al mejor estilo trumpista: “Trump hace que las duchas de Estados Unidos vuelvan a ser grandes otra vez”. No es broma, es política made in Trump.
La Casa Blanca no se quedó callada y soltó que, con este decreto, los estadounidenses se libran de “una pesadilla burocrática” que había convertido algo tan común como una ducha en un campo minado de regulaciones. Según ellos, cada quien debería tener derecho a elegir cómo quiere que le caiga el agua encima, sin que el gobierno meta la cuchareta.
Adiós a las normas “sofocantes” de Obama y Biden
Con esta nueva medida, Trump ordenó desmontar las reglas impuestas durante las administraciones demócratas, que limitaban cuánta agua podía salir por minuto desde los cabezales. Para él, eso era parte de lo que llama “la guerra de Obama y Biden contra las duchas”.
Durante más de treinta años, la ley federal de energía regulaba que los cabezales no debían pasar de 9.5 litros por minuto. Pero en tiempos de Obama, se apretó aún más la cosa: ese límite se aplicaba a todo el cabezal, sin importar si tenía varias boquillas. Cuando Trump llegó la primera vez a la Casa Blanca, aflojó la cuerda y permitió que cada boquilla tuviera su propio flujo de 2.5 galones por minuto. Biden, en 2021, revocó esa decisión. Y ahora, Trump vuelve a la carga con el mismo tema.
Según el exmandatario, “hay lugares donde sobra el agua y la gente ni puede lavarse bien porque el grifo apenas suelta un chorrito ridículo”. Y remató diciendo que la definición que usó Biden para regular los cabezales tenía unas 13.000 palabras. “Una locura”, según él.
#ToiletTrump y su amor por los baños
No es la primera vez que Trump se enreda con los accesorios del baño. Ya en su primer mandato pidió revisar las cisternas de los inodoros y hasta generó tendencia con el hashtag #ToiletTrump. En aquel momento, los expertos advertían que las normas ecológicas ayudaban a ahorrar más de 17 galones de agua al día por familia y unos 380 dólares al año, según datos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA).
Pero Trump y los suyos siempre han visto estas regulaciones como una traba innecesaria, un invento de lo que él llama “la agenda verde radical” que, lejos de ayudar, le complica la vida al ciudadano de a pie. Claro, lo que no dicen tan alto es que estas medidas podrían hacer que la gente termine pagando más por el agua y la electricidad para calentarla.
A estas alturas, ya no sorprende que Trump convierta hasta una ducha en una guerra política, pero lo que sí deja claro es que, si de bañar el pelo se trata, él quiere presión, libertad y, sobre todo, que no le falte el agüita.