Mientras sacaba la basura frente a su casa en North Miami, Eduardo Núñez González, un cubano de 60 años, fue arrestado sin previo aviso por agentes de inmigración. No hubo explicación, ni chance de despedida, ni tiempo para recoger su pasaporte español. Solo unas esposas frías y el comienzo de una pesadilla que, al día de hoy, sigue sin final claro.
El 20 de marzo, ICE se lo llevó y desde entonces ha estado dando tumbos por varios centros de detención. Primero lo mandaron al centro de Krome, donde pasó tres días en el piso, sin bañarse ni cambiarse de ropa, entre una pila de detenidos igual de desesperados. Luego lo movieron al Centro de Transición de Broward, donde apenas pudo tocar una cama antes de que, en plena madrugada, lo embarcaran esposado y con grilletes rumbo a Nuevo México, sin decirle ni a él ni a su esposa para dónde iba.
Ahora está en el condado de Torrance, encerrado casi todo el día, con grilletes en la cintura y sin acceso a atención médica, a pesar de que padece bronquitis crónica. Solo le sueltan una mano para poder hablar por teléfono. No recibe visitas, no ve el sol, no sabe si es de día o de noche. Así mismo, en esa oscuridad, le ha dicho a su familia que ya no aguanta más. “Prefiero que me deporten a España antes que seguir en este infierno”, ha confesado.
Su esposa, Vilma Pérez Delgado, lo cuenta con la voz entrecortada. Ella logró obtener la ciudadanía en enero de 2025 gracias a la Ley de Ajuste Cubano. Él, aunque aplicó al mismo tiempo y con los papeles limpios, fue rechazado en 2022 después de siete años de espera. Volvieron a aplicar en 2023, con todos los documentos en regla, pero la respuesta llegó muy tarde: solo 18 días antes del arresto, una carta les notificó que habían negado la solicitud.
Según Pérez, en una de las entrevistas de inmigración el expediente de su esposo simplemente desapareció. Un error tras otro, como si su caso se hubiera perdido entre el papeleo y la indiferencia.
Mientras tanto, el negocio familiar, una pequeña grúa que ambos fundaron en 2018 bajo el nombre de Chaveli Towing, sigue funcionando gracias al empeño de Vilma y la comunicación que logra mantener con Eduardo desde su celda. “Él es mi mejor amigo”, dice. Y si lo deportan, está lista para seguirlo a donde sea. Su fe y el apoyo de la comunidad son su sostén en este huracán.
La familia ha pedido oficialmente que sea enviado a España, donde viven su hija y sus nietos, y están dispuestos a pagar el pasaje. Pero ICE ya confirmó que Núñez está bajo una orden final de deportación, y seguirá detenido hasta su salida del país.
Según la abogada Rebeca Sánchez-Roig, de Catholic Legal Services, un caso que pasa siete años sin respuesta suele ser señal de errores graves en el sistema. Y lo de Eduardo parece ser justamente eso: una víctima del laberinto burocrático migratorio.
Este no es un caso aislado. Desde marzo de 2025, ICE ha apretado el acelerador con los cubanos, en medio de una política migratoria cada vez más estricta. El 27 de marzo, por ejemplo, un vuelo lleno de deportados aterrizó en Cuba. Y tres días después, se conoció el testimonio de otro cubano detenido en Krome que, gravemente enfermo y sin atención, dijo entre lágrimas: “Me estoy muriendo”.
El 6 de abril, otro operativo terminó con el arresto de un joven cubano en el día de su cumpleaños, separándolo de su hijo menor en Miami. El niño quedó al cuidado de amigos. Dos días más tarde, liberaron a un anciano cubano tras más de una semana detenido en condiciones similares. Esa liberación, poco común, parece ser un reflejo de la presión pública y la indignación que estos casos están provocando.
La historia de Eduardo Núñez no es solo la de un hombre injustamente tratado. Es el reflejo de un sistema que tritura sueños en silencio, de una familia partida por la burocracia, y de una comunidad que sigue luchando para que la humanidad no se pierda en medio de tanta política.
