Miguel Díaz-Canel volvió a ser noticia este martes, y no precisamente por un discurso rutinario. En una entrevista concedida a periodistas españoles durante el Coloquio Patria, el presidente cubano soltó una serie de declaraciones bastante llamativas sobre las deportaciones de inmigrantes desde Estados Unidos y cómo estas afectan a Cuba.
Con tono serio y un aire de reproche, el mandatario apuntó directo contra la administración estadounidense, criticando sus recientes medidas migratorias. Para él, esas deportaciones masivas son, en sus propias palabras, “una irresponsabilidad”, viniendo de un país que, asegura, ha sido el primero en alimentar el sueño americano entre los pueblos del sur.
Según Díaz-Canel, Estados Unidos no solo ha abierto las puertas a la migración durante años, sino que ha promovido activamente ese anhelo de una vida mejor, sobre todo entre los cubanos. Entonces, se pregunta con ironía: «¿Con qué cara ahora vienen a deportar en masa, bajo qué leyes, con qué moral?»
Pero no se quedó ahí. El presidente calificó estas deportaciones como “brutales, inhumanas y agresivas”, asegurando que el trato hacia los migrantes debería ser más justo, más armónico, y enfocado en el respeto de los derechos humanos. Dijo que lo último que debería hacerse es reprimir a quienes migran, y mucho menos, devolverlos como si fueran criminales.
Uno de los momentos que más llamó la atención fue cuando Díaz-Canel sacó a relucir una medida que, según él, marca la diferencia en Cuba: en la isla está prohibido que los deportados bajen del avión con esposas puestas. A su juicio, aunque vengan devueltos, eso no significa que haya que humillarlos. “Aquí nadie pisa suelo cubano encadenado”, sentenció, como queriendo mostrar que, al menos en eso, hay un mínimo de dignidad.
Ahora, claro, el solo hecho de volver a Cuba en esas condiciones ya pesa bastante, pero para el presidente, evitar las esposas es una manera de suavizar el golpe. Dijo que esos detalles importan cuando se negocian acuerdos migratorios, porque el tema es muy sensible para quienes viven el proceso.
En su defensa, el mandatario también quiso dejar claro que las deportaciones no son novedad para Cuba, ya que hay un acuerdo vigente con EE.UU. sobre este tema. Lo que otros países ven como algo reciente, para la isla ya forma parte del protocolo. Aun así, subrayó que Cuba no acepta presiones de nadie en ese asunto, y que se ciñen a los términos firmados desde hace años.
La intención de esos acuerdos, explicó, era precisamente garantizar una migración ordenada, segura y legal, lo cual parece una ironía si se compara con lo que ocurre hoy: miles de cubanos abandonan el país como pueden, buscando un respiro en medio de una crisis económica cada vez más asfixiante.
Díaz-Canel también habló de los cambios en la política migratoria cubana que eliminaron trabas para salir del país. Pero lo curioso fue cómo ironizó sobre los cubanos que salieron legalmente y luego se metieron en la travesía centroamericana, cruzando selvas, fronteras y peligros de todo tipo para llegar al norte. “Salen legales y terminan ilegales por culpa de esas políticas”, soltó, como si todo fuera culpa ajena.
Lo que no dijo —ni por asomo— fue por qué tantos compatriotas deciden irse, aún sabiendo los riesgos. De eso, ni media palabra. La realidad es que la crisis en Cuba empuja a miles a lanzarse a lo desconocido, aunque eso implique cruzar el Darién o aventurarse por México.
Finalmente, Díaz-Canel recordó que, según los acuerdos migratorios, Estados Unidos debería otorgar un mínimo de 20 000 visas al año a ciudadanos cubanos. Pero dejó entrever que ese compromiso no siempre se cumple, lo que, a su juicio, complica aún más la situación.
Así que sí, el presidente habló de derechos, dignidad y legalidad. Pero el contexto que empuja a tantos cubanos a emigrar sigue siendo el gran elefante en la sala, y mientras ese tema no se toque con seriedad, las críticas, por justas que parezcan, suenan vacías. Porque el problema va mucho más allá de las esposas.
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