Después de 105 días de cuidados intensivos, la historia de Ingrid Lázara García Castellanos se transforma en una luz de esperanza. Esta bebé, nacida en el Hospital General Docente Dr. Agostinho Neto, en Guantánamo, fue dada de alta tras una batalla médica que mantuvo en vilo a muchos.
Según compartió el propio hospital en su página de Facebook, la niña llegó al mundo con apenas 27 semanas de gestación y 1,100 gramos de peso. Desde ese primer respiro, empezó una carrera cuesta arriba, marcada por la fragilidad y la fe. Hoy, después de un proceso largo y delicado, puede regresar a su hogar con su familia.
En la publicación celebran no solo el alta médica, sino también el compromiso del equipo de salud y, sobre todo, el coraje de esta pequeñita. Con mucho esfuerzo, Ingrid logró alcanzar un peso saludable de 2,600 gramos, lo que permite que finalmente pueda dormir en su cuna, en casa, rodeada del cariño de los suyos.
“Bendiciones miles para ella”, expresó el personal del hospital, que la describió como una verdadera campeona. Porque sí, Ingrid no solo sobrevivió, sino que dio una clase magistral de resistencia en su primer trimestre de vida.
Los nacimientos como el suyo —prematuros extremos— son uno de los mayores retos que enfrentan los servicios neonatales. Requieren una vigilancia constante, uso de incubadoras, respiración asistida y alimentación controlada. Y aún así, no siempre el desenlace es feliz.
Y es que en Cuba, donde el sistema de salud pública lidia a diario con la escasez de medicamentos y recursos básicos, lo que pasó con Ingrid puede considerarse casi un milagro. Una mezcla de ciencia, entrega médica y una dosis enorme de amor.
No es la única historia que nos recuerda el poder de la vida. En junio pasado, otra madre cubana logró traer al mundo a su bebé con solo 29 semanas de gestación. Y en febrero, en la provincia de Granma, una gemelita de 1,100 gramos también venció las estadísticas gracias al esfuerzo incansable del personal médico.
Estas historias no solo conmueven, sino que demuestran que cuando se combina vocación con esperanza, incluso en medio de carencias, pueden ocurrir maravillas. Ingrid Lázara es un símbolo de eso: una guerrera que empezó su lucha antes de abrir los ojos, y que hoy sonríe bajo el techo de su casa.