El Instituto de Hematología e Inmunología de Cuba rompió el silencio tras la dolorosa muerte del pequeño Damir Ortiz, quien estuvo ingresado allí antes de ser trasladado a Estados Unidos. El director del centro, Wilfredo Roque García, compartió su pesar en un comunicado, afirmando que el equipo médico sintió “dolor y consternación” ante la pérdida y aseguró que el niño recibió atención de médicos, enfermeros y de todos los que se cruzaron en su camino durante la hospitalización.
Roque, que en su momento fue uno de los rostros visibles en la televisión defendiendo el manejo del caso en Cuba y responsabilizando a la madre de entorpecer el tratamiento, ahora destaca el lazo humano que se crea entre médicos y pacientes, sobre todo en casos pediátricos tan complejos. Según sus palabras, la experiencia médica no los hace inmunes al sufrimiento. “La muerte de un niño siempre nos sacude”, afirmó, y añadió que se solidarizan con el dolor de la familia.
En un giro llamativo, también agradeció a los especialistas estadounidenses que atendieron al niño en su etapa final y ofreció colaboración futura en situaciones similares, desde un enfoque basado en la ciencia y la ética. Sin embargo, evitó mencionar los reiterados pedidos de Eliannis Ramírez, madre de Damir, para que el Ministerio de Salud Pública le permitiera sacar a su hijo del país mucho antes.
Damir fue diagnosticado con neurofibromatosis tipo 1 desde los dos años. Con el paso del tiempo, su salud fue decayendo aceleradamente, no solo por la agresividad de su enfermedad, sino por una serie de fallos médicos que incluyeron un diagnóstico equivocado de leucemia y un tratamiento totalmente inapropiado. Todo esto agravado por la ineficiencia del sistema de salud cubano, las carencias materiales y una gestión que dejó mucho que desear.
Solo cuando ya estaba en estado crítico, en marzo, el gobierno autorizó su salida hacia Estados Unidos. La movilización ciudadana fue crucial: una campaña intensa de recaudación de fondos y el respaldo de la sociedad civil lograron lo que parecía imposible. Pero el daño ya era demasiado profundo.
Damir murió el pasado sábado en el Nicklaus Children’s Hospital de Miami. Los médicos hicieron todo lo que estaba en sus manos, pero no pudieron revertir el avance de una bacteria sumamente agresiva que contrajo en Cuba y que fue identificada al llegar a territorio estadounidense.
La noticia caló hondo en la comunidad médica y en quienes siguieron de cerca su historia. Varios doctores cubanos, tanto dentro como fuera de la isla, reaccionaron con dolor y rabia. Uno de ellos, Lucio Enríquez Nodarse, quien fue clave en la campaña para sacarlo del país, dejó claro su sentir en un video en redes sociales: “Damir no murió por culpa de Estados Unidos. Lo mató la dictadura del Partido Comunista de Cuba”, dijo con voz firme, pidiendo que nadie se deje manipular.
También se pronunció Miguel Ángel Ruano Sánchez, otro médico que ha sido blanco de ataques por parte del régimen, y que expresó su tristeza con un mensaje desgarrador: “Mi niño de mi corazón… ya no estás acostado en una cama sin poder caminar. Ya no estás ciego, tus ojos ahora están llenos de luz”.
Los activistas y médicos que lucharon por él no se olvidaron de Eliannis, la madre. La calificaron como una guerrera, alguien que no se rindió ante nada ni nadie, enfrentándose a todo un sistema por salvar a su hijo.
Este caso no solo partió el alma de muchos, también dejó en evidencia una vez más el lado oscuro del sistema de salud cubano. Detrás de cada falta de medicamentos, de cada diagnóstico mal hecho, hay vidas en juego, y la de Damir fue una de ellas.
Su historia quedó marcada en la memoria del pueblo cubano como un símbolo de resistencia, dolor y verdad. Porque al final, la muerte de Damir no es solo una tragedia familiar, es un reflejo brutal de un sistema que sigue fallando a sus hijos más vulnerables. Y en esa falla, está el grito desesperado de una nación que clama por justicia, con o sin voz, pero siempre con el corazón en la mano.
