Por mucho tiempo, el nombre de Mario Kindelán fue sinónimo de grandeza en el boxeo amateur. Con dos medallas olímpicas, tres títulos mundiales y un invicto de esos que parecen de película, el holguinero se ganó su puesto entre los grandes. Pero cuando se bajaron las luces del ring y se apagaron los aplausos, la vida no le sonrió igual. “Tuve que vender mi medalla porque no tenía ni para alimentar a mis hijas”, confesó sin tapujos. Y esa frase, dura y directa, resume una realidad que duele más que cualquier gancho al hígado.
Kindelán, que es el único atleta de su provincia con dos oros olímpicos colgando en la pared, regresó hace poco a Cuba desde Baréin, donde trabajaba como entrenador. En una entrevista con el periódico ¡Ahora! de Holguín, el campeón abrió el corazón. Habló de los momentos difíciles, de lo que lo llevó a tomar decisiones que a muchos les parecieron extremas, y del olvido en que cayó tras dejar el ring.
“Me sentí apartado, ignorado por los de arriba en el INDER”, soltó con una mezcla de rabia y tristeza. Durante años, estuvo fuera de escena, sin invitaciones a eventos donde debía estar por derecho propio, y sin los beneficios que se otorgan a glorias deportivas como él. Para colmo, Cubadeportes le cerró varias puertas cuando quiso firmar contratos en el extranjero, alegando que no trabajaba, cuando en realidad sí estaba activo y rindiendo en la EIDE.
Ese cúmulo de decepciones lo llevó a aceptar, por su cuenta, una oferta desde Baréin. Salió de Cuba el 19 de marzo de 2023, legalmente pero sin avisar. Ni renunció a su trabajo, ni informó a las autoridades. “Estaba frustrado, me fui con la cabeza caliente y sin mirar atrás”, reconoció más adelante con honestidad. Admitió que no fue la mejor manera de hacerlo, pero en ese momento, sentía que no le quedaban opciones.
En tierras del Golfo, en cambio, sí fue valorado. Entrenó a boxeadores de distintos niveles y los llevó a conseguir resultados inéditos para Baréin en los Juegos Asiáticos. Pero lo que hizo más ruido fue el intento de vender su medalla de oro de Atenas 2004 a Amir Khan, el británico a quien venció en aquella final. Quería reunir cinco mil dólares para construirle una casa a su madre en Holguín. Khan, al escuchar su historia, le dio el dinero pero no aceptó la medalla. “Esa te la ganaste tú, guárdala tú”, le dijo, conmovido.
El gesto se volvió noticia internacional. Y Kindelán, lejos de esconderse, dio la cara: “Era eso o pasar hambre. Pero jamás he desertado, ni por política ni por capricho”. Su motivación fue la necesidad, no el rencor. Asegura que nunca ha traicionado a su país ni a sus principios. De hecho, en la entrevista dejó claro que sigue siendo fiel a su provincia, a la Revolución y al legado de Fidel, quien en vida le sugirió estudiar Cultura Física.
No todo el mundo lo entendió. Un directivo del deporte en Holguín, que luego terminó viviendo en Estados Unidos, lo tildó de traidor. “Eso me dolió más que cualquier crítica”, dijo. Sin embargo, al volver a Cuba a finales de 2024, se sintió bien acogido. Las nuevas autoridades del INDER han mostrado voluntad de reincorporarlo al sistema. Ya entregó todos los papeles necesarios y, mientras tanto, entrena en el combinado Jesús Feliu Leyva y asesora al comisionado de boxeo en su provincia.
Eso sí, todavía está esperando que la Aduana le libere los 30 guantes que trajo desde Baréin para donarlos a la EIDE y a la academia donde entrena. “Vine de vacaciones, pero decidí quedarme en mi terruño y cumplir con lo que tengo pendiente”, comentó con una mezcla de nostalgia y determinación.
La historia de Kindelán es la de un guerrero que jamás perdió en el ring, pero que fue golpeado por el abandono institucional. Un hombre que vendió su medalla, pero nunca su orgullo. Un campeón que, pese al olvido, no ha dejado de creer en su país ni en su gente. Y aunque la vida lo llevó lejos, sigue convencido de que tiene algo que aportar. Sigue con el alma de boxeador: listo para dar pelea, esta vez, fuera del cuadrilátero.
