La policía agarró a un hombre con más cigarros ilegales que estrellas en el cielo de Cuba. Resulta que el tipo, en San Cristóbal, tenía su casa convertida en una bodega clandestina de tabaco, repleta de cajas de la marca Popular Azul que deberían venderse reguladas por el Estado.
El operativo lo destapó «Angerona de Cuba», una página vinculada al Ministerio del Interior, y dejó claro que el asunto iba en serio. No solo incautaron montañas de cigarros sin documentación, sino que también encontraron un saco lleno de billetes que demostraban lo rentable del negocio.
¿Por qué tanta escasez y tanto mercado negro?
La cosa está fea. Mientras Cuba exporta tabaco de lujo para ganar divisas, el cubano de a pie no encuentra un miserable paquete de cigarros en la tienda. Los precios se dispararon: en Camagüey, un paquete cuesta 1,100 pesos, casi lo mismo que tres días de salario mínimo. Y para colmo, la distribución es un desastre: en La Habana vale 1,000 pesos, pero en otros lugares baja a 300. ¿Quién entiende ese juego?
La gente está harta. Si el Estado no pone tabaco en las tiendas, ¿qué esperan? Que la gente se quede sin fumar o que recurra al mercado negro. Y así estamos: entre la ley y el hambre, el hambre siempre gana.
¿Qué sigue ahora?
El detenido está en manos de las autoridades, pero el problema de fondo sigue ahí. Mientras no haya tabaco accesible y bien distribuido, esto no va a parar. Y la gente, en las redes, no se calla:
«Si no venden cigarros, ¿qué quieren? ¿Que fumemos hojas de mango?»
«Lo que faltaba: que ahora hasta fumar sea un lujo.»