La modelo cubana Rachel Arderi acaba de confesar lo que muchos influencers callan: la fama digital tiene un precio demasiado alto. Tras sobrevivir a un brutal accidente automovilístico que la mantuvo alejada de redes, la esposa de Oniel Bebeshito reveló que las heridas emocionales son más difíciles de sanar que los golpes físicos.
En un emotivo monólogo compartido a través de Instagram Stories, la habanera confesó entre lágrimas: «Pensé que mostrar mi vida era compartir felicidad, pero descubrí que para algunos era como echarle gasolina al fuego de su maldad». La influencer, conocida por sus posts desenfadados y su estilo de vida glamoroso, admitió que la presión constante y los comentarios tóxicos terminaron por pasarle factura.
El momento de quiebre llegó cuando, durante su recuperación, se dio cuenta de que algunos seguidores celebraban su desgracia. «Me enteré de grupos donde especulaban sobre mi accidente con alegría… eso duele más que cualquier fractura», confesó la joven, quien acumula cientos de miles de seguidores entre Cuba y Miami.
Pero no todo es oscuridad en esta historia. Arderi hizo especial énfasis en el apoyo inquebrantable de su esposo, el cantante Oniel Bebeshito, quien se convirtió en su principal soporte emocional. «Él fue quien me ayudó a entender que mi valor no está en los likes ni en las vistas», reveló la modelo, agregando que ahora priorizará proyectos más personales alejados del escrutinio público.
Este revelador testimonio reabre el debate sobre el costo psicológico de la fama en redes sociales, especialmente para la comunidad de creadores de contenido cubanos. Arderi, quien antes documentaba cada aspecto de su vida, ahora prefiere la autenticidad sobre la exposición, marcando un antes y después en cómo los influencers manejan su salud mental en la era digital.
¿El mensaje final? «Aprendí que cuando te desean el mal, lo mejor es apartarse en silencio… la paz interior no tiene precio», concluyó la cubana, dejando claro que su retorno a las plataformas -si es que ocurre- será bajo sus propias reglas. Una lección dura pero necesaria en los tiempos del like fácil y el odio anónimo.