En Guantánamo, la tierra del changüí y los paisajes de infarto, un grupo de pescadores artesanales acaba de hacer una captura que dejó a todos con la boca abierta: un pez espada gigante, de esos que los cubanos llaman «emperador» por su tamaño y su carne fina.
Las fotos del ejemplar, subidas a Facebook por la página ‘Pesca en Miami’, se viralizaron en un abrir y cerrar de ojos. «¡Wow, este sí está grande!», escribieron, mostrando al enorme pez sobre una carreta tirada por caballos, como si fuera un trofeo de otra época.
«¿Me ayudan a contar, amigos? ¿El caballo podrá con tantas libras de pescado?», bromeaba otra publicación. Y es que la escena lo dice todo: pesca artesanal, sin refrigeración y con medios de transporte que parecen sacados de un museo.
¿Un logro o un reflejo de las carencias?
El pez espada es una especie codiciada en aguas profundas, pero en Cuba su captura sigue siendo rudimentaria y sin controles estrictos. Aunque la pesca está regulada internacionalmente, aquí se hace como se puede: con redes, botes precarios y mucha paciencia.
Esto no es la primera vez que pasa. Hace poco, en Matanzas, pescadores también atraparon un gigante marino, lo que generó admiración… pero también críticas. ¿Por qué? Porque la industria pesquera en Cuba está más hundida que un barco sin motor.
Pescar en Cuba: entre la necesidad y la burocracia
La Ley de Pesca cubana (vigente desde 2020) pone trabas hasta pa’ respirar. Prohíbe pescar en zonas como Varadero, limita las embarcaciones y deja a muchos pescadores sin forma legal de ganarse el pan.
El gobierno prometió más zonas de pesca y puntos de venta, pero la realidad es otra: los pescadores siguen luchando contra regulaciones absurdas, mientras el pescado que logran sacar termina en hoteles o se exporta, dejando a los cubanos con precios imposibles.
La paradoja: un mar lleno, pero platos vacíos
Cuba tiene aguas llenas de riqueza marina, pero la mayoría de los cubanos no pueden disfrutarla. Mientras, los pescadores artesanales salen a desafiar el mar con lo poco que tienen, llevando comida a sus familias y comunidades.
Como la captura de diciembre en Cojímar (La Habana), donde otro «emperador» cayó en las redes. Son historias de esfuerzo y resistencia, pero también de un sistema que no aprovecha su propio potencial.