Cuando Carlos Francisco Rodríguez González salió a pescar aquella noche del 16 de enero, jamás imaginó que terminaría viviendo una de las experiencias más aterradoras de su vida. Junto a Yusuan Fundora Massaguet, un adolescente de solo 15 años, pasaron siete días a la deriva en altamar, sin agua ni comida, rodeados de tiburones y sin esperanza de ser encontrados.
Desde el hospital donde se recuperó tras su rescate, Rodríguez contó la odisea que casi les cuesta la vida.
La pesadilla comienza
Rodríguez, de 55 años y residente en el Cerro, La Habana, solía salir a pescar con regularidad. Aquella noche, pensó que sería una faena rápida, pero todo se complicó.
Mientras pescaba en la bahía de La Habana, intentó regresar por la Playa del Chivo, pero sus patas de rana se rompieron. En ese momento, un joven pescador en otra balsa se le acercó para ayudarlo, pero el mar tenía otros planes.
“La corriente nos fue arrastrando, porque el viento era demasiado”, relató.
Rodríguez y el muchacho, a quien solo había visto un par de veces en la playa, fueron llevados mar adentro sin posibilidad de volver.
Sin rumbo y sin ayuda
En cuestión de horas, la corriente los alejó completamente de la costa. No había ni una sola embarcación cerca para socorrerlos.
Al día siguiente, su balsa se rompió y ambos tuvieron que acomodarse en el corcho del adolescente. A partir de ahí, comenzaron una semana de lucha por la supervivencia.
“Prácticamente sin comer ni tomar agua, solo a merced del mar”, recordó Rodríguez.
La desesperación empezó a hacer mella en ellos. En un intento desesperado, intentaron pescar algo con un anzuelo improvisado.
“Tiré un anzuelo pelado y se enganchó un dorado. Lo cortamos y nos lo comimos crudo”.
El adolescente, en su desesperación, incluso bebió agua salada, algo extremadamente peligroso en esas circunstancias.
Tiburones y miedo en altamar
Como si la situación no fuera lo suficientemente aterradora, los tiburones no tardaron en aparecer.
“No se podía meter el pie en el agua, porque había muchos tiburones. Se veían las aletas y los bonitos saltando”.
Sin embargo, Rodríguez asegura que nunca sintió miedo de los escualos.
“Más miedo tenía de morir deshidratado que de un tiburón”, confesó.
Con el paso de los días, la desesperación fue aumentando. Veían barcos y cruceros pasar a lo lejos, les hacían señales, pero nadie los veía ni los escuchaba.
“El chamaco en algún momento me dijo que ya no aguantaba más, que quería tirarse la soga. No lo dejé desistir”.
La salvación llegó en el último momento
Cuando ya parecía que no habría esperanza, el 23 de enero divisaron una luz en el horizonte.
“Un barco grande estaba cerca y la corriente nos empujó hacia él”.
Con sus últimas fuerzas, comenzaron a gritar:
“¡Auxilio! ¡Auxilio!”
Alguien en la embarcación los escuchó y llamó al capitán. Minutos después, una soga cayó desde la cubierta… y con ella, su salvación.
“Esa soga nos salvó la vida”, aseguró Rodríguez.
Tras ser rescatados, ambos fueron trasladados a Matanzas para recibir atención médica. Rodríguez sufrió quemaduras superficiales por el sol y el salitre, mientras que del estado del menor no se ofreció información detallada.
¿Volvería al mar?
Después de haber vivido siete días de pesadilla, Rodríguez lo tiene claro:
“Estoy quita’o. Al mar hay que tenerle respeto”.
Aunque no descarta volver a pescar si la necesidad lo obliga, ahora sabe que la naturaleza no perdona.
Su historia es una prueba de la increíble resistencia humana, de la lucha por la vida… y de que, a veces, la suerte y una simple soga pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
