En el contexto de una economía golpeada y una pobreza extendida, un restaurante y mercado llamado Puerto Fresco emerge como un lugar sorprendente en La Habana. Con precios que parecen inalcanzables para la mayoría y una oferta variada que abarca desde productos locales hasta importaciones, este establecimiento genera curiosidad y preguntas. ¿Es accesible para el cubano promedio? ¿Cómo es posible que exista un negocio así en un país sometido a restricciones y bloqueos?
Este negocio, propiedad de Iván Rodríguez López, amigo cercano de Justo Pérez, quien es conocido como «el cocinero de Fidel Castro», se presenta como una nueva forma de hacer negocios en Cuba, pero genera una gran pregunta: ¿puede un cubano promedio permitirse una comida aquí? ¿Es posible que alguien con un salario modestísimo sea dueño de un negocio como este?
La Dolarización Silenciosa en Cuba
A pesar del discurso oficial sobre el embargo estadounidense, la existencia de lugares como Puerto Fresco pone en evidencia otra realidad. Este mercado funciona con pagos en pesos cubanos, pero ofrece una amplia selección de productos importados, muchos de ellos provenientes de los Estados Unidos. Entre ellos, encontramos pescados frescos, carnes, jamones, quesos, bebidas y hasta productos exclusivos como chocolates Ferrero Rocher y bombones Hershey.
Lo que realmente llama la atención es la modernidad del lugar. Con un sistema de pago basado en tarjetas emitidas por el propio mercado, Puerto Fresco se presenta como una versión tropicalizada de un supermercado norteamericano. Según algunos visitantes, es como un almacén que se transforma al entrar, con una organización y presentación de productos que no se ve en ninguna otra parte de la isla. Aquí, los cubanos pueden comprar desde pescados frescos hasta quesos y jamones importados, todo a través de un sistema que parece salido de un catálogo de productos de lujo.
Productos para Todos los Gustos, Pero No para Todos los Bolsillos
El mercado ofrece de todo, desde cereales y productos importados como Nutella y mantequilla de maní, hasta delicatessen como quesos azules y jamones serranos españoles. Los precios, sin embargo, están fuera del alcance de la mayoría de los cubanos que dependen de un salario promedio. Por ejemplo, un tarro de café La Llave o una botella de aceite de oliva pueden costar el equivalente a varios días de salario.
A pesar de ello, la variedad es impresionante. Entre los productos disponibles destacan las especias internacionales como el tajín, sazones importados y vinos italianos. Incluso hay secciones dedicadas a productos congelados como camarones, pulpos y filetes de pescado, así como carnes ahumadas y embutidos de alta calidad.
Todo esto está disponible para aquellos que tienen la posibilidad de pagar en dólares o en una tarjeta especial. Los precios no son para nada bajos. Por ejemplo, una caja de chicharritas o cereal puede costar alrededor de 430 pesos cubanos, que al tipo de cambio actual, se traduce en aproximadamente 1 dólar estadounidense. Esto pone en evidencia lo poco accesibles que son estos productos para el cubano promedio.
Innovación en el Corazón de La Habana
Uno de los aspectos más sorprendentes es el sistema de consumo dentro del lugar. Al ingresar, los clientes deben abrir una cuenta a su nombre y se les entrega una tarjeta similar a una bancaria, con la que pueden realizar todas sus compras y pagos al final del recorrido. Esta forma de operar recuerda a los sistemas de supermercados de países desarrollados, pero resulta insólita en Cuba.
El énfasis en la organización y la limpieza también es digno de mención. Desde productos básicos como arroz y frijoles hasta opciones gourmet como mermeladas importadas, todo está perfectamente etiquetado y dispuesto de manera que invita al consumidor.
Los cafés importados y los jugos también están a la venta, en una variedad de presentaciones que llaman la atención por su empaque y calidad. Es un mercado que, por su variedad, parece salido de Los Ángeles o alguna ciudad estadounidense, pero todo esto tiene un precio y está claramente dirigido a aquellos que puedan costearlo.
Desde queso suizo hasta jamón serrano español y costillas de cerdo ahumadas, el mercado ofrece productos que en otros lugares de Cuba serían impensables.
El pescado, especialmente el bacalao, es otro de los productos destacados del lugar. Con precios elevados, que rondan los 12,000 pesos cubanos por kilo, los productos del mar son una opción que escapa al alcance de muchos cubanos, pero para quienes lo pueden pagar, se presenta como una opción novedosa.
La comida preparada se vende a precios competitivos, como pollo frito o milanesas de cerdo, con una calidad y presentación que no se ve en la mayoría de los lugares locales. Además, tienen un enfoque en recuperar la esencia de la comida cubana, utilizando ingredientes frescos y asegurando una higiene que muchos otros establecimientos no logran ofrecer.
Un Atísbo de Capitalismo en una Isla Socialista
La experiencia de visitar Puerto Fresco deja una mezcla de asombro y reflexión. Por un lado, el lugar demuestra que es posible tener acceso a productos de alta calidad en Cuba, aunque a un precio elevado. Por otro, pone de manifiesto las profundas desigualdades dentro de la sociedad cubana, donde solo unos pocos pueden permitirse disfrutar de estos lujos.
La gran pregunta sigue siendo: ¿quién puede permitirse comprar en este lugar? Los precios, aunque no son desorbitados para los estándares internacionales, son casi inalcanzables para el cubano común. Un plato de comida en Puerto Fresco podría costar lo que un trabajador cubano gana en un mes entero. Esto deja en evidencia las profundas desigualdades que existen en la isla y cómo el acceso a productos de lujo sigue siendo un privilegio para unos pocos.
