El café distribuido por la canasta familiar normada se ha convertido en el centro de una polémica que hierve como una cafetera puesta al fuego. En redes sociales, particularmente en Facebook, los consumidores han expresado su descontento con una mezcla que, según ellos, de café tiene poco y de «cocimiento extraño» mucho. «Ese café no hay ni quién lo cuele, ni quién se lo tome», asegura Alexis Pérez, uno de los tantos cubanos frustrados por la calidad del producto.
De cáscaras y decepciones: las denuncias de los consumidores
Las quejas no se limitan al sabor. Muchos usuarios reportan haber encontrado en el café partículas que distan mucho de ser aceptables: «He cernido el café Hola y lo que me encontré ahí fue de todo: cáscaras de huevo, pedazos de madera con pintura…», comentó Isabel Corrales. Otros incluso han señalado que el café vendido en las bodegas tiene una textura que obstruye las cafeteras, lo que lo convierte en una experiencia casi frustrante.
La situación llegó a un punto crítico cuando algunos consumidores empezaron a dudar si el producto que se vende bajo el nombre de «café» realmente merece esa etiqueta. «Esto parece cemento, con un sabor a rallador», escribió Oslayda Viera, reflejando el sentir generalizado de insatisfacción.
La defensa de la torrefactora: ¿un café solo para catadores?
Ante la avalancha de críticas, la Empresa Torrefactora de Café de Matanzas emitió una nota oficial en la que asegura que el producto cumple con las normas de calidad establecidas. Taymí Pereira López, especialista principal de calidad de la entidad, explicó que el café pasa por un riguroso proceso de análisis. Esto incluye controles de granulometría, humedad y presión de la colada, además de ser revisado por catadores. Según Pereira López, las muestras conservadas en el laboratorio responden a los parámetros establecidos.
Sin embargo, estas declaraciones han sido recibidas con escepticismo. «La voz oficial siempre tiene la razón, pero el paladar del pueblo es el que manda», opina Alberto Tomás Florido. Además, muchos consumidores sospechan que las muestras de laboratorio no corresponden al café que realmente llega a las bodegas.
Un problema más profundo: materia prima y obsolescencia
La torrefactora también señaló que la calidad de la materia prima y la obsolescencia de los equipos de la planta complican la producción. En diciembre, la planta produjo 49,7 toneladas de café y recibió 18 toneladas adicionales de otras provincias, alcanzando las 68 toneladas necesarias para abastecer las 698 bodegas del territorio matancero.
Sin embargo, esta explicación no convence a la mayoría. «Si la materia prima tiene calidad, por muy obsoletos que estén los equipos, el producto final debería saber a café», argumenta Rafael Reytor.
¿Qué hay realmente en la taza?
Las sospechas sobre los ingredientes reales del café no han pasado desapercibidas. Algunos consumidores aseguran que la mezcla incluye chícharos o incluso cáscaras y vainas de otras plantas. «Aquí en Cienfuegos hay gente que lo liga con la vaina del flamboyán tostada y molida», comentó Idalma Machado Toledo.
Esta práctica, aunque no confirmada oficialmente, ha alimentado el malestar entre los consumidores, quienes sienten que se les está entregando un producto de baja calidad tras meses de escasez.
Un aroma que no convence
El café cubano ha sido históricamente un motivo de orgullo nacional, reconocido por su calidad y sabor distintivo. Sin embargo, el producto distribuido actualmente no solo no cumple con estas expectativas, sino que parece estar muy lejos de ellas. «En este país siempre se ha cosechado café de calidad, ¿por qué ahora hay que ligarlo con chícharo?», se pregunta Iraida Rodríguez.
¿Qué pasó con el café de antes?
El café de la libreta es más que una simple bebida; es una tradición y un refugio en tiempos difíciles. Sin embargo, la situación actual ha convertido este ritual en una fuente de frustración para muchas familias cubanas.
Las críticas hacia la calidad del café no son solo una cuestión de sabor, sino un reflejo de un sistema que parece alejarse cada vez más de las necesidades del pueblo. Mientras la torrefactora defiende sus controles de calidad, las «papilas gustativas del cubano», como bien dicen algunos, siguen hablando, y lo que tienen que decir no es nada bueno.
Si algo queda claro, es que el verdadero estándar de calidad no está en los laboratorios ni en los certificados, sino en las tazas de café que llegan a los hogares. Y, según los consumidores, ese café sabe a cualquier cosa menos a café.