Hace apenas unos años, la Plaza de la Revolución en La Habana era un hervidero de turistas estadounidenses. Los visitantes, cámara en mano, posaban junto a la icónica imagen del Che Guevara o se daban una vuelta en convertibles estadounidenses de los años 50, como el reluciente Chevrolet Bel-Air rojo caramelo de 1952. Hoy, esos autos clásicos, símbolos de la esencia cubana, permanecen vacíos y sin turistas.
Los conductores, quienes antes encontraban sustento en el turismo, ahora enfrentan la misma realidad que la mayoría de los cubanos: largas colas en supermercados desabastecidos, apagones interminables y la constante despedida de seres queridos que deciden emigrar buscando un futuro mejor.
El boom de esperanza con Obama
Hace una década, el anuncio del presidente Barack Obama de restablecer relaciones con Cuba llenó de optimismo al país. Este paso histórico marcó el fin de más de 50 años de distanciamiento, desatando una ola de inversiones y turismo que prometía un nuevo comienzo. Empresas como Google, AT&T y las Grandes Ligas de Béisbol apostaron por la isla, mientras los cruceros y vuelos estadounidenses se multiplicaban.
Durante dos años, Cuba se convirtió en un destino de moda, pero la ilusión fue efímera. La combinación de políticas más estrictas del gobierno de Donald Trump, la crisis económica interna y la pandemia de COVID-19 desmoronaron este auge.
El turismo desplomado y los negocios al borde del colapso
El turismo, vital para la economía cubana, ha caído en casi un 50% desde 2017. Según Luis Manuel Pérez, chofer y exprofesor de ingeniería, las diferencias son claras: “Antes ganaba $40 la hora, ahora tengo suerte si consigo un cliente al día”, comenta.
Los negocios privados también han sufrido. Muchos emprendedores luchan por mantenerse a flote tras perder trabajadores que han emigrado, mientras las calles de La Habana se llenan de basura por la falta de combustible para los camiones de recolección.
De esperanza a desesperación
Hace una década, Cuba parecía florecer; hoy, la desesperanza domina. Adriana Heredia, dueña de una tienda en La Habana Vieja, resume el sentir general: “La sonrisa del cubano se está borrando”.
La crisis actual, considerada la peor desde los años 90, supera incluso el llamado “Período Especial” tras la caída de la Unión Soviética. Desde octubre, el país ha sufrido tres apagones nacionales, la población ha disminuido en un millón y más de 675,000 cubanos han emigrado a Estados Unidos.
Un sistema en decadencia
Los problemas no terminan ahí. La tasa de mortalidad infantil, orgullo del gobierno cubano, ha aumentado, y la escasez de alimentos básicos es alarmante. Raciones de leche, arroz y frijoles llegan tarde o no llegan, dejando a familias enteras en situación crítica.
Voces desde la isla: “Aquí no hay futuro”
Para los cubanos de a pie, la crisis es insostenible. Rubén Salazar, de 58 años, resume el sentimiento colectivo: “Aquí no hay vida, el cubano no tiene futuro”. Las farmacias, como la del Vedado en La Habana, reparten boletos numerados a quienes hacen fila por horas, pero muchas veces los medicamentos se agotan antes de llegar al número 50.
Maritza González, de 54 años, necesitaba un inhalador para el asma. “Este año solo he encontrado uno”, dice frustrada.
Un llamado de atención global
Mientras los cubanos enfrentan una crisis económica, migratoria y humanitaria sin precedentes, el futuro de la isla parece cada vez más incierto. Las promesas de cambio y desarrollo de hace una década se han convertido en un campo de desafíos y resignación. La pregunta ahora es: ¿qué pasos se tomarán para romper este ciclo y devolver la esperanza a quienes aún llaman a Cuba su hogar?