El reconocido exbeisbolista cubano Lisbán Correa, quien destacó como estrella del equipo Industriales, compartió recientemente una experiencia que lo marcó profundamente: su deportación de Cuba, su propio país, tras intentar ingresar desde un vuelo procedente de Panamá.
Durante una entrevista para el canal de YouTube Cuba Grand Slam, Correa narró cómo, al llegar al aeropuerto de La Habana, las autoridades migratorias lo calificaron de “desertor”. Esta etiqueta lo dejó sin posibilidad de reunirse con su familia y, además, le impuso una prohibición de entrada al país por los próximos ocho años.
Una llamada que cambió todo
El exjugador relató que, al pasar por el control migratorio, una funcionaria lo reconoció y realizó una llamada a sus superiores. Poco después, se le informó que tenía prohibido el ingreso. ¿La razón? Una supuesta violación de contrato con la Comisión Nacional de Béisbol, algo que Correa rechaza rotundamente.
“Cumplí con mi contrato y siguieron adelante con sus pagos. No había razón para que me trataran así”, afirmó Correa, visiblemente afectado.
Un reencuentro frustrado
Lo que más impactó al expelotero fue ver a su familia al otro lado del control migratorio, sin poder acercarse a ellos. “Mi madre, mi esposa y mi hermana estaban allí, pero no me dejaron ni saludarlos. Fue devastador”, confesó entre lágrimas.
Para Correa, este episodio fue mucho más que un simple trámite migratorio: fue una pérdida de identidad. “Es como si dejaran de considerarme cubano. Pero siempre lo seré, aunque el gobierno me trate como extranjero”, declaró.
Una política que castiga a los deportistas
Este caso evidencia una de las políticas más controversiales del gobierno cubano: el control férreo sobre sus atletas. Según la normativa vigente, cualquier deportista que abandone delegaciones oficiales o no regrese bajo los términos establecidos es considerado desertor y enfrenta una prohibición de hasta ocho años para regresar al país.
Correa rechaza tajantemente esta definición, subrayando que nunca abandonó delegaciones ni incumplió contrato alguno. Sin embargo, las autoridades mantuvieron su decisión. “No importa si cumples o no, si ellos creen que no estás bajo su control, te castigan”, señaló con frustración.
Un futuro incierto lejos de casa
Tras ser deportado, Correa fue enviado de regreso a Panamá, donde estuvo retenido temporalmente. Solo logró salir gracias a su residencia en México, pero no pudo evitar cuestionarse qué habría pasado si no contara con otra nacionalidad o estatus migratorio. “No tener derecho a entrar a tu propio país es absurdo y cruel”, sentenció.
Para Correa, el castigo es desproporcionado. Ocho años sin poder ver a su familia en su tierra natal es una carga que considera “inhumana”. “Es como si te sentenciaran por buscar un futuro mejor. No es justo ni humano”, afirmó.
Reflexión final: un derecho, no un privilegio
El caso de Lisbán Correa pone sobre la mesa cómo el gobierno cubano utiliza medidas punitivas para ejercer control sobre sus ciudadanos, incluso aquellos que, como él, han representado a la nación en el ámbito deportivo internacional.
“No pueden decidir si puedo o no entrar a mi propio país. Eso es un derecho, no un privilegio”, concluyó Correa, dejando en evidencia el drama que viven muchos cubanos en situaciones similares.