En pleno cierre de 2024, Cuba parece estar atrapada en un túnel oscuro, y no precisamente por la nostalgia del fin de año. Los apagones, esos viejos conocidos de los cubanos, están más fuertes que nunca, y amenazan con arruinar las celebraciones de Año Nuevo de cientos de miles de familias.
“¿Qué celebra uno sin luz, sin comida y con calor?”, se pregunta Rosa, una madre de dos niños en Camagüey que lleva días lidiando con apagones de hasta 12 horas. “El 31 lo pasaremos con velas, pero ni espíritu de fiesta queda ya”. Como ella, muchos cubanos sienten que decir adiós al año es más un trámite que una celebración.
Oscuridad en cada esquina
La Unión Eléctrica de Cuba (UNE), que ya no sorprende a nadie, ha anunciado un déficit eléctrico que afecta a más de la mitad del país. Aunque intentan venderlo como «programaciones necesarias», la realidad es que el sistema eléctrico está colapsado, y los ciudadanos pagan el precio con noches de calor, mosquitos y frustración. “No hay ni siquiera un horario fijo, a veces quitan la luz cuando estás cocinando el poquito de comida que lograste conseguir”, dice Juan Carlos, un trabajador de Holguín.
En La Habana, donde se supone que los apagones serían menos frecuentes, las cosas tampoco pintan mejor. Los barrios más humildes ya se están preparando para recibir el Año Nuevo en completa oscuridad. “Aquí ya sabemos que la luz se va a las 9 y no regresa hasta la mañana. ¿Qué vamos a hacer? Sacar las sillas para el portal y pedirle a alguien con linterna que nos diga la hora”, bromea Luis, un vecino de Centro Habana.
El impacto de una crisis sin fin
La crisis energética no solo afecta la vida cotidiana, sino que también ha dejado estragos en la economía. El turismo, que debía ser el salvavidas del régimen, ha recibido un golpe mortal. Los apagones, sumados a la escasez de alimentos y combustible, han espantado a los pocos turistas que aún se atrevían a visitar la isla. “Ni los hoteles de lujo están a salvo; ¿quién quiere pagar en dólares para quedarse sin aire acondicionado?”, comenta una empleada del sector en Varadero.
Además, la falta de gasolina ha paralizado gran parte del transporte, dejando a muchos varados en sus pueblos sin posibilidad de celebrar con sus familias. “Tenía planes de ir a Santiago a ver a mi mamá, pero sin petróleo no hay guagua, y los taxis están cobrando en oro”, se queja Dayron, un joven de Las Tunas.
El pueblo se desahoga
Las redes sociales se han convertido en el único escape para muchos cubanos. Entre memes que reflejan el humor negro característico de la isla y publicaciones cargadas de rabia, la gente no se guarda nada. “¿2025? ¿Qué importa el año si seguimos igual o peor?”, escribió una usuaria en Twitter. Otro mensaje, más ácido, rezaba: “La UNE debería incluir velas en la factura de la electricidad, ya que son lo único que ilumina nuestras casas”.
Un futuro incierto
El gobierno cubano insiste en culpar a factores externos, desde el embargo hasta fenómenos climáticos, mientras promete un crecimiento económico del 1% para 2025. Pero en las calles, las promesas no iluminan los bombillos apagados ni llenan los refrigeradores vacíos. Para muchos, la llegada del nuevo año no trae esperanza, sino más de lo mismo: escasez, apagones y un sentimiento de abandono que cala hondo.
“Nos quieren vender que todo es culpa del imperialismo, pero los apagones no los quita ni un discurso de tres horas”, dice Margarita, una jubilada en Pinar del Río. Y tiene razón: mientras el pueblo cubano enfrenta una de las crisis más profundas de su historia reciente, las soluciones parecen tan lejanas como la electricidad misma.
Así, Cuba despedirá 2024 con más sombras que luces, no solo en las casas, sino también en el ánimo colectivo. Pero si algo ha demostrado este pueblo es que, incluso en la oscuridad, siempre hay un espacio para la esperanza y la resistencia. Aunque sea a la luz de una vela.