En la víspera de la “Marcha del Pueblo Combatiente”, programada para el 20 de diciembre, tres grupos de trabajo de la Empresa Eléctrica de La Habana están realizando una rehabilitación del alumbrado en las áreas cercanas a la Tribuna Antiimperialista, ubicada en el municipio Plaza de la Revolución. Este esfuerzo es parte de los preparativos para la movilización convocada por el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, como parte de una serie de actividades que tienen como fin mostrar apoyo al gobierno en un momento de creciente crisis económica en el país.
En su perfil oficial de Facebook, la entidad encargada del alumbrado detalló la labor previa a la marcha, la cual se celebrará después de la clausura de la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Esta movilización ha generado una gran expectativa, no solo por su naturaleza, sino también por el contexto en el que se lleva a cabo.
Un acto simbólico con trasfondo político
Según lo expresado por Díaz-Canel, esta marcha tiene como objetivo reafirmar el respaldo popular al gobierno cubano en medio de la crisis económica que atraviesa la isla. En sus palabras, “sí hay bloqueo, sí se ha recrudecido el bloqueo, sí existe guerra económica, sí nos desprecian y sí nos intoxican con odio en las redes sociales…”. Con estas declaraciones, el mandatario cubano deja claro que la marcha será una respuesta a lo que considera una política hostil hacia Cuba. Para el régimen, esta movilización es una forma de “reafirmar el apoyo del pueblo” ante lo que se presenta como una lucha contra fuerzas externas.
Preparativos en la Tribuna Antiimperialista: simbolismo y propaganda
La Tribuna Antiimperialista no es solo un lugar de importancia histórica, sino también un espacio simbólico para el gobierno cubano. Su reparación refleja no solo el esfuerzo por mejorar la infraestructura del lugar, sino también la importancia que se le otorga a este evento como una muestra de poder. En tiempos de creciente descontento social y crisis económica, el régimen busca utilizar la marcha como un acto de reafirmación de autoridad.
Sin embargo, la convocatoria ocurre en un contexto marcado por la escasez de recursos y las crecientes tensiones sociales. A pesar de los problemas internos, el gobierno continúa culpando al embargo estadounidense y a lo que considera una “guerra económica” externa. Además, la marcha se perfila como una especie de “termómetro” para medir el apoyo popular en un momento especialmente crítico para el régimen.
La marcha y su legado histórico: de los 80 a la actualidad
El concepto de la “Marcha del Pueblo Combatiente” no es nuevo. Se remonta a 1980, durante el gobierno de Fidel Castro, cuando el dictador organizó manifestaciones masivas para reprimir a quienes intentaban escapar del régimen tras la crisis del Mariel. En aquel entonces, las manifestaciones estuvieron marcadas por un fuerte sentimiento de violencia institucional. Las consignas de esa época, como “No los queremos, no los necesitamos” y “¡Qué se vaya la escoria!”, establecieron un precedente oscuro en la memoria colectiva de los cubanos.
Estas movilizaciones no solo fueron una respuesta a los intentos de escape, sino que también reflejaron el uso de la propaganda como herramienta política. Organizadas a través de movilizaciones forzadas de militares, trabajadores y estudiantes, las marchas de este tipo han sido históricamente vistas como eventos de propaganda masiva, diseñados para mostrar un respaldo que muchas veces no es genuino. Además, como ha ocurrido con otras manifestaciones en Cuba, estos eventos a menudo requieren recursos escasos, como transporte público y combustible, lo que hace que los miembros de la élite del régimen, como sus hijos y allegados, generalmente no participen en estas marchas.
Aunque el gobierno cubano insiste en que la marcha refleja el apoyo popular, muchos analistas y observadores se preguntan si estas manifestaciones realmente cuentan con un respaldo genuino del pueblo cubano. En un contexto de crisis económica y creciente desconfianza en las instituciones, la “Marcha del Pueblo Combatiente” parece más bien una herramienta de propaganda que un verdadero reflejo del sentir popular.