En los rincones menos urbanizados de La Habana, como el Bajo de Santa Ana, están surgiendo barrios «llega y pon», comunidades improvisadas que reflejan la necesidad desesperada de un techo. Aquí, migrantes internos construyen sus viviendas en condiciones extremas, luchando contra terrenos pantanosos y una carencia absoluta de servicios básicos.
Estas comunidades nacen de la creatividad y la urgencia. Los «llega y pon» son el resultado de una migración interna que no encuentra lugar en la ciudad formal. En estas zonas, las viviendas se construyen con madera, zinc y materiales recuperados, creando un paisaje caótico pero resiliente. El perfil de TikTok @cuba.live2 muestra cómo estas casas «se levantan de la noche a la mañana», en medio de un entorno que carece de infraestructura adecuada.
Viviendo entre el fango y la adversidad
El Bajo de Santa Ana está marcado por su informalidad y condiciones adversas. Los residentes cocinan con hornillas de carbón, que ellos mismos producen, y enfrentan constantes amenazas de inundaciones debido al terreno cenagoso. Las viviendas carecen de alcantarillado y acceso a agua potable, mientras que los baños son espacios improvisados sin conexión a redes sanitarias.
A pesar de todo, los habitantes luchan por mantener sus espacios lo más organizados posible, demostrando un espíritu de supervivencia en un lugar olvidado por las autoridades. El entorno natural, caracterizado por manglares degradados, también agrega una capa extra de desafío, pero también de belleza a este barrio lleno de contrastes.
La producción de carbón: Una herramienta de supervivencia
En un lugar sin gas ni electricidad confiable, el carbón se convierte en un recurso indispensable. Erick Bárbaro Leal Bridón, residente del lugar, explica cómo este proceso requiere madera y tierra, aunque está prohibido utilizar los manglares. Aun así, la fabricación de carbón es clave para la vida diaria, no solo como fuente de energía, sino también como un pequeño ingreso para las familias.
El dilema de los desalojos
Los «llega y pon» enfrentan no solo las dificultades de su entorno, sino también el constante riesgo de desalojos masivos. En 2020, durante la pandemia, las autoridades cubanas intentaron desalojar a más de mil personas de un asentamiento en el Cotorro, dejando a muchas familias en la incertidumbre. Este tipo de acciones, impulsadas por el gobierno de Miguel Díaz-Canel, muestran una desconexión entre las necesidades de la población y las políticas públicas.
Situaciones similares ocurrieron en 2021, cuando más de 50 casas fueron demolidas en el poblado Jamaica, en Mayabeque. Estas acciones, justificadas bajo la “cruzada contra las construcciones ilegales”, ignoran las condiciones extremas que empujan a las personas a construir en terrenos informales.
Reflejo de desigualdades estructurales
Los barrios «llega y pon», como el Bajo de Santa Ana, son un recordatorio crudo de las desigualdades en Cuba. Mientras algunos luchan por mantener un techo sobre sus cabezas, otros enfrentan la amenaza constante de perder lo poco que tienen. Estas comunidades representan una lucha diaria por sobrevivir, creando un contraste impactante entre la resiliencia de su gente y el abandono por parte de las autoridades.