Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y este dicho le queda como anillo al dedo al periodista oficialista Pedro Jorge Velázquez, mejor conocido como “El Necio”. Ferviente defensor del régimen cubano, parece haber escogido la ceguera voluntaria como su bandera, ignorando a propósito las pruebas evidentes de hipocresía en los círculos de poder que tanto admira.
Uno de los ejemplos más recientes es el caso de Sandro Castro, nieto de Fidel, quien ha demostrado un estilo de vida que nada tiene que ver con el discurso “humilde” de la revolución. Pero Sandro no es una excepción, como Pedro Jorge parece querer creer. Es el reflejo perfecto de cómo han vivido los líderes y sus familias desde siempre: condenando el lujo mientras lo disfrutan a puertas cerradas.
De las mansiones expropiadas a los jets privados
La doble moral no es nueva. Desde que los “líderes del pueblo” tomaron las mansiones de la burguesía en los años 60, como el Che en Tarará, hasta las actuales vacaciones en yates y jets privados, la élite revolucionaria ha demostrado ser experta en predicar una cosa y hacer otra. Mientras “El Necio” defiende este sistema con pasión, las familias en el poder disfrutan de una vida que está fuera del alcance del cubano promedio.
Sandro, con su Mercedes y su bar exclusivo, es solo la punta del iceberg. Mariela Castro organiza festines en Miramar, su hija Vilma alquila mansiones como negocio de lujo, y Antonio Castro se pasea por las islas griegas. Los hijastros de Díaz-Canel y hasta nuestra “primera dama” Lis Cuesta también figuran en esta lista de privilegios.
Una revolución solo para algunos
Lo que molesta no es que existan ricos; lo que irrita es que quienes llevaron al pueblo a la miseria con un discurso “de los humildes y para los humildes” vivan ahora como los millonarios que tanto criticaron. Mientras el pueblo sufre en condiciones deplorables, ellos disfrutan del capitalismo más puro y duro, pero con una etiqueta revolucionaria para justificarlo.
¿Y El Necio?
Pedro Jorge Velázquez sigue cerrando los ojos ante esta realidad. Su defensa apasionada de un régimen que lo desprecia en secreto solo refuerza las cadenas que atan al pueblo. Mientras él canta loas a la revolución, los dirigentes se burlan de su lealtad desde sus mansiones y yates.
Es hora de que Pedro Jorge despierte. Su ceguera no solo lo traiciona a él, sino a todos aquellos que todavía creen en los ideales que el régimen abandonó hace décadas.