La Llave, el icónico personaje de Miguel Moreno, lo tiene claro: el 2025 no quiere llegar a Cuba. “Se ha hecho un trabajo de conciencia”, bromea, asegurando que hasta el futuro le teme a lo que encontrará. Y no lo juzgamos, porque ¿quién no se asustaría al aterrizar en una realidad donde no hay nada… y lo poco que hay, no se puede pagar?
El frijol más caro del mundo
Moreno arranca carcajadas y reflexiones al narrar cómo sobrevivir a la cotidianidad cubana se ha convertido en un deporte extremo. Comprar frijoles, por ejemplo, ya no es un simple trámite: es una misión que puede implicar vender tu bicicleta para preparar un potaje. Y ojo, que el potaje no solo lleva frijoles, sino también sueños y sacrificios. “Estuve cuatro días sin lavarme la boca después de comerlo, ¡especulando con mi aliento de oro!”, bromea.
El drama de la malanga empoderada
El monólogo alcanza su clímax cuando narra su encuentro con la malanga más cara y descarada de la historia. “150 pesos por dos malangas que se miraban entre ellas como diciendo ‘¡empoderadas y unidas!’”, relata entre risas. El dilema era claro: o las pagaba o las robaba. Y aunque intentó optar por la vía honesta, terminó huyendo con las malangas en mano y un anciano corriendo tras él como si fuera un atleta olímpico.
La agilidad mental cubana: una herramienta de supervivencia
En medio del caos, La Llave nos muestra cómo el humor y la astucia son las verdaderas armas del pueblo cubano. “Un momento, pueblo enardecido, ¡ese viejo me vendió estas malangas a precio de oro!”, dice que gritó en su defensa, logrando que la turba se volteara contra el anciano vendedor.
Un guiño a los tiempos de pandemia
El monólogo también nos transporta al encierro del COVID-19, cuando hasta las señoras chismosas del barrio tenían que adaptarse al aislamiento. Desde balcones opuestos, gritaban números como si fuera la lotería, hasta que un policía apareció y se convirtieron en improvisadas comentaristas de la situación.
Risas para reflexionar
Miguel Moreno, con su personaje de “La Llave”, convierte la crisis económica en Cuba en un espejo hilarante pero crudo de la realidad. Nos reímos porque es absurdo, pero también porque es profundamente humano. Y en ese juego entre el humor y la crítica, aprendemos que, a pesar de todo, el cubano nunca pierde su agilidad mental ni su capacidad de reír.