La reciente iniciativa de la Casa del Caribe en Santiago de Cuba, que ha recurrido a ceremonias afrocubanas como un medio para «contrarrestar las malas energías» y mitigar los efectos de desastres naturales, ha generado tanto interés como controversia. La institución oficial del Ministerio de Cultura de Cuba explicó que, a través de rituales como la «ceremonia de alimentación a la tierra» y el «rezo por el Odun Iwori Ogbe», se busca calmar la furia de la naturaleza, especialmente en un contexto de constantes dificultades y recientes sismos que han azotado la región.
Esta acción, liderada por el babalawo Juan Martén Portuondo, presidente de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, pone de manifiesto cómo la espiritualidad y las tradiciones religiosas afrocubanas siguen desempeñando un papel importante en la vida de muchos cubanos, especialmente en tiempos de crisis. En medio de una profunda crisis social, económica y política, las ceremonias religiosas actúan no solo como una forma de consuelo espiritual, sino también como una tentativa para reestablecer un equilibrio en un país marcado por el descontento y la desesperanza.
El retorno a lo espiritual como respuesta a la crisis
La práctica de recurrir a lo sobrenatural no es algo nuevo. A lo largo de la historia, las civilizaciones han empleado rituales y sacrificios como una forma de enfrentarse a calamidades naturales. En Cuba, como en muchas otras partes del mundo, el recurso a lo espiritual sigue siendo visto como una forma de lidiar con las fuerzas implacables de la naturaleza. En este caso, el hecho de que la Casa del Caribe, una institución estatal, recurra a estas ceremonias como una respuesta a los sismos y otras calamidades, puede interpretarse como un intento por ofrecer consuelo y mantener el control social en tiempos de creciente incertidumbre.
El contexto político y la ambivalencia hacia la religión
Lo que hace esta situación aún más interesante es el contexto político en el que se lleva a cabo. Cuba ha tenido una relación histórica tensa con las manifestaciones religiosas, especialmente aquellas que no están alineadas con el Estado. Sin embargo, en momentos de crisis, como el que atraviesa actualmente el país, el gobierno parece haber adoptado una postura más flexible con respecto a la religiosidad popular, como una forma de mantener la estabilidad social.
Este cambio de actitud no es aislado. En 2021, en medio de las protestas sociales del 11 de julio, el presidente Miguel Díaz-Canel visitó el barrio habanero de La Güinera, uno de los puntos más calientes de la protesta, y participó en un ritual afrocubano. Durante este encuentro, Díaz-Canel estuvo presente en una ceremonia religiosa que incluía ofrendas a deidades afrocubanas, lo que parecía ser un intento de reconectar con las tradiciones religiosas populares y, quizás, de ganar apoyo social en un momento de crisis política. Este tipo de maniobra no es ajeno a otros regímenes que buscan legitimarse o fortalecer su base popular a través de la religión, sobre todo en tiempos de incertidumbre.
La crítica y el escepticismo de los cubanos
A pesar del carácter cultural de estas ceremonias, no todos los cubanos parecen verlas con buenos ojos. En los comentarios a la publicación de la Casa del Caribe, algunos usuarios expresaron su escepticismo y sus críticas hacia el gobierno, sugiriendo que la verdadera «mala energía» proviene de las políticas y decisiones gubernamentales. La frase de la estudiosa Sandra Heidl, «El mar mayor es el gobierno ese! Avisenme cuando le hagan un parte corazones!», refleja el descontento de aquellos que ven en estas ceremonias más una estrategia para calmar a la población que una solución real a los problemas estructurales del país.
La búsqueda de soluciones en medio de la desesperación
Este retorno a lo espiritual en Cuba puede ser visto como una manifestación de la desesperación colectiva, un intento por lidiar con las dificultades a través de una vía más tradicional, aunque también cargada de simbolismo. En un país donde la economía está en ruinas, los servicios básicos como la electricidad son intermitentes, y la desconfianza en las autoridades es cada vez mayor, la religiosidad se convierte en una forma de encontrar consuelo, de restaurar algún tipo de orden en medio del caos.
El hecho de que estas ceremonias no sean solo una respuesta a los desastres naturales, sino también una manera de intentar calmar las tensiones sociales, demuestra cómo las prácticas religiosas siguen siendo una herramienta de resistencia, no solo espiritual, sino también política y cultural. Así, el regreso a estos rituales, lejos de ser una simple curiosidad folklórica, se presenta como una respuesta cultural a la crisis, un medio para reconectar con las raíces afrocubanas y un intento por mantener la esperanza viva en tiempos de desesperación.
En este contexto, el futuro de estas prácticas en Cuba parece depender de la capacidad del gobierno para manejar la crisis política y económica, así como de la continuidad de las tensiones sociales que han llevado a muchos cubanos a buscar consuelo en lo espiritual, en lugar de en las soluciones prácticas y materiales que el Estado debería ofrecer.