La situación en Cuba alcanza un nuevo nivel de abandono, tal como lo retrata el doctor en Ciencias Jurídicas Julio Antonio Fernández Estrada. En un reciente artículo, el jurista expone su visión sobre cómo el Estado cubano, antaño omnipresente y controlador, ha desaparecido de la vida de los ciudadanos, dejando una sensación de desamparo total. El pueblo cubano, atrapado en la crisis más grave de las últimas seis décadas, se enfrenta a una estructura estatal que se ha desintegrado, “se fue de la Isla” y parece haber dejado a su población a merced de la precariedad.
Fernández Estrada inicia su reflexión con una ironía que cala hondo: “El Estado cubano se fue del país”. A través de esta imagen, el autor ilustra la ausencia palpable de un aparato de gobierno que alguna vez controló cada aspecto de la vida en Cuba, desde la producción industrial hasta la venta ambulante de maní. Ahora, los rastros de este Estado todopoderoso se han disipado. ¿El motivo? El régimen ya no tiene los recursos ni la capacidad para sostener su control absoluto, y su estructura ha cedido, abandonando al pueblo sin más.
Durante décadas, el Estado cubano se apropió de todos los sectores posibles: hospitales, escuelas, transporte, medios de comunicación y hasta las actividades recreativas. Este control se presentaba como una forma de “protección” del bienestar colectivo, aunque rara vez se tradujo en un beneficio real para la población. Sin embargo, Fernández Estrada denuncia que, a medida que la crisis se agravaba, el régimen dejó a los ciudadanos a su suerte. Ahora, son los mismos cubanos quienes deben llevar insumos al hospital, sostener sus salarios con remesas desde el extranjero y enfrentarse a la falta de agua potable, electricidad y transporte en su vida cotidiana.
El abandono del sistema educativo cubano también es parte central en la denuncia del jurista. Con más de 24,000 plazas de maestros vacantes, el país afronta un déficit educativo alarmante, agravado por la falta de recursos para ofrecer alimentos y condiciones mínimas en las escuelas. Asimismo, el sector agrícola y las infraestructuras urbanas, que una vez fueron la joya del “Estado de los trabajadores”, se han desmoronado. Hoy, los campos de caña se han transformado en terrenos infestados de maleza y marabú, y las edificaciones históricas caen en el olvido.
En su artículo, Fernández Estrada profundiza sobre el poder absoluto del régimen en el pasado y la irónica decadencia de su presente. Desde el transporte público y la generación eléctrica hasta la recogida de basura, el Estado ha dejado estos servicios básicos a la deriva. En lugar de una presencia activa, solo queda la sombra de un sistema que, en su época de apogeo, controlaba hasta las bicicletas que los cubanos podían utilizar. Ahora, la población cubana es testigo de un “Estado” que genera apagones, pero no electricidad, y que solo provee agua cuando una cisterna llega por casualidad al vecindario.
La crítica de Fernández Estrada no se detiene ahí; también apunta al vacío de seguridad que enfrenta el país. El Estado ha dejado de garantizar el bienestar de sus ciudadanos, quienes ahora viven con miedo de salir a las calles. Mientras tanto, los feminicidios y otras formas de violencia quedan sin registro oficial, delegados únicamente a la sociedad civil y a medios independientes que arriesgan su integridad para informar sobre la realidad.
Con un tono tan duro como sincero, el jurista concluye: “El Estado cubano se fue del país, y nos ha dejado un Gobierno sin pueblo, sin celebraciones, sin la identidad de un país unido”. Esta sentencia, lejos de ser solo una denuncia, es una reflexión sobre la decadencia de un sistema que, habiéndose proclamado dueño de todo, ha terminado abandonando la nación y a su gente en un estado de pobreza extrema y profunda desilusión.