En la esquina de las calles Ayestarán y Segunda, en Centro Habana, se encuentra un mercado llamado Mar y Tierra, donde se venden productos marinos y cárnicos. Este lugar había estado por mucho tiempo con escasas ofertas, pero en los días previos al 26 de julio, me sorprendió ver que en la tablilla exterior anunciaban pescados y mariscos. Sin embargo, los precios eran escalofriantes: pargo y albacora a 500 pesos; peces pequeños enteros a 400; filete de guaguancho a 600; filete de cubera a 650; minuta de mojarra a 470; minuta de macabí a 550; palometa entera a 500; camarón limpio a 1.800; atún amarillo a 650; picadillo de pescado a 250; y croquetas de pescado (10 unidades) a 160.
La opción más asequible son las croquetas de pescado, que meses atrás la empresa Prodal vendía a cinco pesos. Ahora, sin que se note una mejora en su calidad, su precio ha aumentado en 155 pesos más.
Resulta curioso que la tablilla anuncia un nuevo nombre: “Luna Mar”. Este parece ser el nuevo proveedor de la mercancía, aunque el anuncio de Mar y Tierra permanece en el exterior. ¿Significará el cambio de nombre también un aumento en los precios?
Aquellos que consulten el texto de geografía elemental de Antonio Núñez Jiménez podrán comprobar que este geógrafo oficialista midió las dimensiones de las costas cubanas, señalando que la costa norte tiene 1.200 km de extensión y la sur 1.300, lo que suma un total de 2.500 km de costa. Entonces, ¿cómo es posible que, estando Cuba rodeada de mar, haya tanta escasez de pescado y que, cuando aparece, sea tan caro?
Antes de la Revolución, en el Mercado Único o Mercado de Cuatro Caminos, así como en otros puntos de la capital, se vendía pescado fresco a precios muy bajos, y las personas compraban con confianza.
Décadas atrás, el Estado adquirió en Argentina pescaderías de paneles con estructura metálica y sus neveras incluidas, que se montaban rápidamente. Estas pescaderías estaban ubicadas en diversos puntos de la capital, eran higiénicas y de buena presentación. Sin embargo, debido a la falta de mantenimiento y la desaparición de su mercancía básica, ya no existen. Los pocos locales que quedan han sido destinados a otras funciones.
En junio de 1962, por iniciativa de Fidel Castro, se creó la Flota Cubana de Pesca. La ayuda de varios países permitió la compra de 114 navíos para pescar en aguas internacionales, mientras que un número menor de embarcaciones se dedicaba a capturar especies de nuestra plataforma insular.
La mala gestión, la falta de mantenimiento y la sobreexplotación de los barcos llevaron a la ruina de la industria pesquera. Muchos pescadores, con la salud deteriorada por largas jornadas de trabajo, abandonaron su oficio, y los barcos fueron vendidos como chatarra a otros países. El Gobierno culpó a la desaparición del campo socialista y al embargo por el colapso de la industria pesquera.
En la actualidad, quedan pocas embarcaciones pequeñas que operan en los alrededores de la Isla. Lo que logran pescar —camarones, langostas, ostiones, cobos— se destina principalmente a la exportación.
Las autoridades han afirmado que la cantidad de peces en las aguas cubanas no es suficiente para alimentar a la población. Argumentan que el fondo marino está contaminado y que las especies huyen, pero no ofrecen soluciones al problema.
Hasta hace poco, quienes pescaban de manera independiente podían ser acusados de actividades ilícitas, enfrentando multas, decomisos y hasta prisión. Ahora, parece que se flexibilizarán un poco las restricciones, permitiendo no solo la pesca en cantidades limitadas, sino también la construcción de pequeños botes e incluso la importación de motores para estas embarcaciones.
En los hoteles de lujo, en restaurantes estatales y en paladares, se ofrecen platos con pescado y mariscos destinados al turismo, a precios desorbitados en moneda nacional, muy por encima del alcance de los cubanos de a pie.