En la década de 1980, comenzaron a circular rumores entre la población sobre la llegada a Cuba de una nueva y extraña enfermedad. Se decía que algunos de los “internacionalistas” enviados por Fidel Castro a combatir en guerras ajenas habían traído consigo el virus, muchos de ellos eran jóvenes reclutas del Servicio Militar Activo.
Para 1985, el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) ya estaba causando considerables estragos en el país. En abril de 1986, se notificó la primera muerte de un cubano a causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).
Recuerdo que en esa época un vecino y amigo, médico militar, regresó de Angola enfermo y bastante debilitado. Pocos meses después, falleció. Su viuda y sus dos asustados hijos mantuvieron un hermetismo total sobre su rara y fulminante enfermedad, quizás por discreción o tal vez por coacción. Aunque la infección por VIH/SIDA es una pandemia considerada un problema de salud pública a nivel mundial, en Cuba, se mantenía un férreo secretismo en torno a ella. Esta falta de información contribuyó al aumento exponencial de casos, ya que los ciudadanos desconocían tanto los síntomas como las formas de contagio y, por ende, no sabían cómo protegerse.
Cabe destacar que este secretismo no vino solo, sino acompañado de otra reacción típica de los regímenes totalitarios ante alarmas sanitarias: el confinamiento forzado. Así, en 1986, el gobierno determinó el encierro obligatorio en Santiago de las Vegas, en el sanatorio de Los Cocos, para todos los enfermos detectados. Aquellos que intentaban resistirse a ser encerrados eran llevados por la fuerza por la Policía.
Algunos sobrevivientes de ese oscuro período han señalado que vivían bajo un régimen militar. Las personas con VIH no comprendían por qué se les mantenía alejados de sus seres queridos justo cuando más necesitaban su apoyo. Aunque recibían visitas programadas de familiares, no se les permitía salir del sanatorio. Solo después de varios años comenzaron a autorizarles paseos con acompañantes que los vigilaban.
El régimen mostraba el sanatorio de Los Cocos como un ejemplo de la atención que recibían los enfermos en la “potencia médica” cada vez que algún funcionario “importante” visitaba la Isla. Mientras los delegados extranjeros creían las afirmaciones del castrismo, los internos permanecían cautivos, temerosos de represalias y obligados al silencio.
Hoy, a más de 40 años del reconocimiento por parte de las instituciones de salud cubanas de la existencia del VIH en la isla, la realidad de las personas portadoras del virus, en medio de la crisis que enfrenta el país, es bastante difícil. La escasez y el alto costo de los alimentos les impide, al igual que a todos los cubanos, mantener una dieta adecuada que fortalezca su sistema inmunológico.
En esas circunstancias, el Gobierno ha comenzado a retirarles las dietas médicas de viandas, pescado y leche, además de la más reciente: una libra de carne. Estos alimentos, aunque escasos, ayudaban a mejorar su nutrición. Además, no se ha vuelto a tener noticias de las donaciones enviadas por la Organización de Naciones Unidas.