Entre la pobreza y el hambre sobreviven una buena parte de los cubanos en la isla

Redacción

Hace unos días, un hombre de avanzada edad lanzó un comentario en la vía pública que resonó con fuerza: “Esta gente no quiere entender que esto no da más y siguen buscando estrategias, pero el asunto es que el sistema no sirve”. Sus palabras reflejan la frustración y el desencanto de muchos cubanos ante la situación actual del país, donde la desilusión ha alcanzado niveles alarmantes.

La principal preocupación de los cubanos en estos momentos es la alimentación. Desde el gobernante y primer secretario del Partido Comunista hacia abajo, toda la dirigencia ha admitido que la producción de alimentos es insuficiente. Este tema fue especialmente abordado en la más reciente reunión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde se discutieron las múltiples causas de esta crisis alimentaria. Entre ellas se mencionan la escasa remuneración de los trabajadores, la falta de insumos, la corrupción, el despilfarro y la falta de control. Sin embargo, el régimen se aferra a un argumento recurrente: la culpa recae en el “bloqueo”.

La solución que proponen las autoridades es un mayor esfuerzo laboral para incrementar la producción y, con ello, lograr en el menor tiempo posible una economía próspera y sostenible. Pero los cubanos se preguntan, mientras ese momento anhelado llega —si es que alguna vez llega—, ¿cómo vamos a sobrevivir?

La falta de un cronograma específico para salir de la crisis genera incertidumbre. Las autoridades nunca dan una fecha concreta para la recuperación. Este régimen, que ha estado en el poder durante 65 años, parece tener un modo peculiar de medir el tiempo. Las promesas de mejora se dilatan indefinidamente, y en caso de que se logren los objetivos planteados en ese plazo impreciso, es probable que surjan otros problemas a resolver. Así, los dirigentes volverán a pedir paciencia y resistencia al pueblo.

Aunque la crisis alimentaria es la más urgente, no es el único problema que afecta a los cubanos. El insuficiente transporte público es un tema recurrente en las quejas de la población. El ministro del Transporte, en las pocas ocasiones que aparece en los medios, solo menciona la falta de piezas de repuesto y la escasez de combustible. Las soluciones a esta crisis de transporte brillan por su ausencia, dejando a los cubanos a merced de un sistema ineficaz.

Los apagones son otra problemática que ha afectado la vida diaria de los cubanos, especialmente en las zonas rurales, donde los habitantes pasan numerosas horas sin electricidad. Para informar a la población, el Noticiero Nacional de Televisión ofrece un parte diario sobre la capacidad energética del país y advierte sobre los apagones previstos. Esta práctica es, sin duda, un rasgo distintivo del régimen, que parece priorizar la información sobre la gestión efectiva.

El acceso a medicamentos es otro de los puntos críticos en la vida de los cubanos. Conseguir las medicinas recetadas por los médicos se ha vuelto casi un milagro, ya que las farmacias suelen carecer de los fármacos necesarios y, en muchos casos, los hospitales tampoco cuentan con ellos. La salud se ha convertido en una preocupación constante, y los pacientes se ven obligados a buscar alternativas en un sistema que no responde a sus necesidades.

El mantenimiento de las viviendas se ha convertido en un verdadero desafío. Las reparaciones son costosas y los materiales de construcción, controlados por el Estado, resultan casi inalcanzables. Esto ha llevado a muchas familias a vivir en condiciones precarias, con hogares que requieren urgentemente atención y que a menudo no pueden recibirla.

La crisis del agua también se hace sentir en diversas partes del país, incluso en la capital. El abastecimiento es crítico en algunas zonas, lo que agrava aún más la situación de los cubanos que luchan por satisfacer sus necesidades básicas. La escasez de productos normados, como el arroz y el azúcar, se ha vuelto un problema habitual. Estos productos demoran semanas en llegar a las bodegas, dejando a muchos sin opciones.

La inflación galopante se suma a todos estos problemas. Los salarios y pensiones que perciben la mayoría de los cubanos son insuficientes para cubrir sus necesidades diarias. La alta dirigencia admite esta realidad, pero justifican su incapacidad para aumentar los ingresos por la severa situación económica del país. La contradicción se vuelve evidente: mientras los precios de los artículos en las mipymes se disparan, los ingresos de la población no crecen en proporción alguna.

A pesar de los topes de precios impuestos por las autoridades, la mayoría de los cubanos no puede acceder a los productos que se ofrecen en el mercado. Solo aquellos que reciben remesas de familiares en el extranjero pueden enfrentar estos altos costos. Esta situación ha alimentado un sentimiento de desigualdad y desesperanza en una población que lucha por subsistir.

Además de estos problemas económicos, los cubanos enfrentan la falta de libertades. El acceso a derechos básicos se ve restringido, y la represión se convierte en un mecanismo para mantener el control. En este contexto, las alternativas para los cubanos son limitadas: emigrar, enfrentar la cárcel por rebelarse o callar y resignarse a una agonía interminable.

La insatisfacción y el sufrimiento son palpables en la sociedad cubana. Un clima de descontento se ha ido gestando a lo largo de los años, y la paciencia de la población se agota. La sensación de que “esto no da más” se convierte en un grito colectivo, un eco que resuena en cada rincón de la isla. La esperanza de un cambio real parece lejana, y las autoridades, lejos de buscar soluciones efectivas, continúan aferrándose a un sistema que ha demostrado ser incapaz de atender las necesidades de su pueblo.