Un video compartido el sábado pasado en las redes sociales muestra a niños de segundo grado bailando el famoso tema «Marca Mandarina» en una escuela de La Habana, lo que ha desatado una intensa polémica. La publicación fue hecha por el perfil Juan Juan AL MEDIO en Facebook, con un breve mensaje: “Acto del fin de curso de los alumnos de segundo grado en la escuela José María Pérez, de La Lisa”.
En pocos días, el video ha acumulado más de 6,000 reacciones, 3,400 comentarios y ha sido visto más de 430,000 veces. Muchos usuarios expresaron su preocupación y coincidieron en que los niños no deberían bailar de manera tan obscena, especialmente en un entorno educativo. Además, señalaron que los padres y la familia tienen una gran responsabilidad en exponer a los niños a géneros y temas inapropiados para su edad.
“La falta de valores y de respeto a la inocencia de un niño ha traspasado los límites del asco en Cuba”, opinó una usuaria llamada Lucy Sosa La Mulata del Caribe. Este comentario refleja el sentir de muchos otros que criticaron duramente la situación.
Otro usuario, Nelkis García Rodríguez, comentó: “Veo niñas y niños pequeños tarareando canciones obscenas y perreando. Cuando esas niñas de segundo estén en sexto y estén embarazadas con 11, como las he visto, entonces a correr o a preguntarse qué hicieron mal. Esta sociedad les está quitando la infancia a los niños y normalizando lo incorrecto”.
La crítica no se limitó a los padres, sino que también se extendió a los educadores. Magaly Velasco Jordán dijo: “Qué le van a pedir a los niños si la profe está dando cintura. A nosotras las maestras de hace 40 y 50 años atrás nos costaba el puesto si hacíamos eso”. Este comentario subraya la percepción de una decadencia en la calidad de la educación y los valores inculcados en las instituciones educativas cubanas.
“Mira qué bonito, y la maestra enseñándole la chusmería a esos niños, estamos perdidos”, agregó Teresita Hernández, apuntando a la influencia negativa que pueden tener los propios educadores en los comportamientos de los niños.
Sin embargo, no todos los comentarios fueron negativos. Algunas personas señalaron que la manera de bailar de un niño pequeño no necesariamente se relaciona con su calidad humana o su éxito futuro. Reinier Hernández González mencionó: “Estoy viendo vídeos de estos hace años y creo que no tiene nada que ver con el futuro de los niños. Tengo una vecina que bailaba así o incluso peor cuando era una niña de primaria y ahora es abogada con título de oro y directora de un bufete municipal”.
Darel Rochi Robinson también compartió una perspectiva más relajada: “Yo bailé hasta abajo cuando tenía esa edad, vaya tremendo perreo que daba, hoy soy adulto y no estoy traumatizado”. Estos comentarios sugieren que el impacto de tales comportamientos puede variar ampliamente y no siempre es negativo.
Este no es un incidente aislado. En el pasado, videos similares han mostrado comportamientos considerados inapropiados en las escuelas y otras instituciones públicas cubanas. Un ejemplo notable fue una competencia de twerking con menores de edad en el zoológico de Ciego de Ávila durante una actividad por el aniversario de la instalación. El evento también desató una gran polémica.
El disc-jockey del centro, Eddy Martínes, compartió en su muro de Facebook un video donde se ve a tres adolescentes bailando delante de otros tres jóvenes que permanecen sentados. Otro video, compartido por la internauta Isabel Molina, muestra a niños de primaria, en su mayoría hembras, bailando reguetón en una actividad escolar, mientras un adulto con micrófono los anima y llama a las profesoras a unirse.
Estos eventos reflejan una tendencia en la sociedad cubana donde cumpleaños, fiestas infantiles y actividades recreativas en escuelas suelen animarse con música de reguetón. Este fenómeno ha generado un debate sobre los valores y la influencia de la música y el baile en la formación de los niños.
Hace algunos años, un video de pioneritos cubanos «bailando perreo» también desató la polémica en las redes sociales, mostrando que este tema ha sido recurrente y sigue generando divisiones entre quienes ven estos comportamientos como una amenaza a la inocencia infantil y quienes los consideran una expresión cultural inofensiva.